martes, 30 de noviembre de 2010

Quizás tú también estás en el video




Como esta semana fue de videos y reflexiones sobre los mismos, me gustaría compartir con ustedes este. Aunque es un poco largo, es saludable aprender de la situación que plantea.
Es difícil asumir la responsabilidad de una situación irregular, y muchas veces nos escudamos en el típico “yo avisé”, “yo se lo dije al encargado”, “ese no es mi trabajo”, sin darnos cuenta que todo lo que nos rodea puede ser considerado un bien común y que cuando está en buenas condiciones nos beneficia, y cuando hay algún problema nos afecta. Escuché (o leí), de alguien que lamentablemente no logro recordar, una frase que decía algo como: cuando tu vecino tenga algún problema, prepárate porque pronto te tocará enfrentarlo a ti también. Yo creo que muchas veces los venezolanos nos escudamos en la “comunicación” y aunque sea cierto que se haya hecho un esfuerzo por “informar” sobre el asunto, no se trata de decir lo que está pasando y seguir con la vida, sino de resolver. Creo que el problema está en la restrictiva definición de comunicación que muchos tienen intuitivamente: comunicación es hablar. Y esto llama mucho la atención en pleno siglo XXI con tantas opciones para ejercer la comunicación, las cuales parece que no son percibidas como tales.
Ciertamente, muchas veces, por el fenómeno de habituación en la percepción, ver siempre lo mismo se vuelve tan rutinario que no nos damos cuenta que está en terrible estado. ¿Esto nos pasó y nos está pasando con la economía, la política y situación social en nuestro país?
En cualquier caso, después de ver este video, voy empezar a ser más consciente de cuántas veces hago algo similar: desde pasar al lado de un papel (u otro objeto) que está en el piso y no recogerlo hasta las situaciones más complejas y comprometedoras como ignorar que alguien se va cayendo o, como en el video, que algo puede desaparecer.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Asertividad por el bien de la humanidad

La respuesta asertiva debería venir en frascos con dosis altas. ¡Qué útil sería! La realidad es que no la venden y, por lo tanto, sólo queda aprender a aplicarla cuando sea necesario. Un reto más en relación con el ya complejo tema de la comunicación. Especialmente, ante un mundo tan diverso en el que frecuentemente la respuesta disfuncional es la más común, la que hemos naturalizado y asumimos como la respuesta ideal para la violencia que impregna muchas interacciones cotidianas, ante las cuales cualquier respuesta disfuncional parece inocente. Creo que tiene que ver con el lema de nuestra cultura: “ojo por ojo, diente por diente”. La respuesta disfuncional es violencia pasiva, una de las más peligrosas, porque pasa desapercibida. Las respuestas disfuncionales quedan “fuera de base” ante la asertividad, esta es como un escudo protector frente a las primeras. Las respuestas disfuncionales conducen a mensajes confusos, aumentan la incertidumbre y generan agresiones en el lenguaje (directa o indirectamente), mientras que la asertiva es la contraparte, en tanto busca apaciguar los conflictos.
El contexto en el que vivimos relativiza las acciones incorrectas. La respuesta asertiva me hace pensar en la famosa frase atribuida a Mafalda: “comienza tu día con una sonrisa, verás lo divertido que es ir por ahí desentonando con todo el mundo.” Yo diría: “comienza tu día con una respuesta asertiva, verás lo divertido que es ir por ahí desentonando con todo el mundo.” Es que la respuesta asertiva es tan poco común que el temerario que la emita generará sorpresa entre los presentes. No es que sea difícil lograr este tipo de comunicación, es que la falta de costumbre ha hecho que perdamos la capacidad de llevar a cabo la comunicación eficaz, la cual se logra cuando expresamos todos los tipos de respuesta en el contexto y lugar adecuado frente a la persona indicada.
Es difícil lograr la respuesta asertiva porque el contexto social, político, económico y cultural presenta situaciones bizarras que implican que personajes significativos utilicen una comunicación carente de respeto, tolerancia, adecuación y asertividad: el modelo a seguir no es positivo. Siempre hay que temer de posibles invasiones, pero especialmente cuando éstas implican la destrucción de los valores que generan bienestar en lo individual y lo colectivo. Ese escenario es al que nos enfrentamos cada día.
Un aspecto importante de la respuesta asertiva es su relación con el afecto, el cual intenta preservar aunque implique decir lo que no se quiere oír. La comunicación eficaz, que como ya se mencionó se relaciona con el uso de múltiples respuestas en lugares indicados, también implica la conexión emocional con quien se interactúa, pues es lo que facilitará comprender la necesidad del otro y lograr lo que se busca a través del intercambio comunicacional. Este aspecto emocional tiene vinculación con el respeto al describir la conducta de otro y, sin juicio moral, mostrar lo que una acción podría generar. Los conflictos son necesarios para la convivencia humana, pero sólo si de ellos se puede aprender. La respuesta asertiva no garantiza dicho aprendizaje, pero puede ser la evidencia de que en otras circunstancias la persona ha enfrentado problemas, en los que no utilizó la respuesta asertiva y de ellos aprendió a desenvolverse en situaciones similares. La importancia de la respuesta asertiva es percibida cuando se recibe, incluso más que cuando se emite, pues el efecto se genera en el otro, en quien busca alentar una discusión o conflicto. Pero esto dependerá de a quién se dirija, pues no todo el mundo sabrá interpretar una intervención asertiva, en la medida que una persona molesta, desesperada, irrespetuosa y dispuesta a generar problemas no aceptará lo que se le diga, aun cuando sea acertado.
La respuesta asertiva también implica una actitud, no sólo es el mensaje verbal, sino los elementos que la acompañan: tiene que resonar emocionalmente, ser coherente con la conducta de quien la expresa y ser congruente con el discurso previo.
Creo que los medios tecnológicos que tenemos actualmente facilitan la presencia de respuestas asertivas, ya que a pesar de reducir las “claves actitudinales”, dan tiempo para pensar lo que se va a expresar, tiempo que en las interacciones presenciales disminuye y hace más probable la impulsividad al contestar. El MSN, Facebook, Twitter y otros tantos ofrecen la posibilidad de postergar, por lo que aun cuando alguien tenga la tentación de responder de modo disfuncional, estas herramientas darán el tiempo de reflexionar y transformar lo inadaptado en asertivo. Pero quizás acostumbrarnos a esta prerrogativa nos ha hecho menos hábiles en la comunicación. Queda de parte de cada uno de nosotros poner en marcha los mecanismos que nos permitan ser mejores comunicadores, sin renunciar a las posibilidades que nos brinda este mundo rápido, tecnológico y decidido a comunicarse.

martes, 23 de noviembre de 2010

En su justa medida

                Semana a semana, a medida que voy siendo más consciente de cómo se desarrolla la comunicación en mi entorno, también voy entendiendo lo fácil que es caer en un extremo u otro de la comunicación. En estos extremos es donde se halla con más frecuencia la disfuncionalidad de la respuesta. Y, en general, en la vida todos los extremos conducen a caminos errados, aunque en principio esto no sea evidente. Creo que es más fácil dar respuestas disfuncionales que equilibradas, entendiendo por equilibradas, aquellas respuestas que se emiten en lugar y tiempo adecuados. La imagen que acompaña tiene que ver con la línea tenue que separa lo que está bien y lo que está mal en este tema de la comunicación, especialmente porque no es juzgada de la misma manera por diferentes personas, pero ante ese panorama diverso es que nos enfrentamos cuando nos comunicamos, o intentamos hacerlo. Algo tan cotidiano, y a la vez complejo y riesgoso.
La rapidez con la que vivimos incentiva escasamente la reflexión y la planificación de la conducta, en general, y de la comunicación en particular. Esa es una de las razones, por las cuales lograr eficacia en la comunicación es todo un reto, aún cuando existen múltiples medios disponibles para hacer uso de este recurso. Definitivamente, no es un asunto de inmediatez el de la comunicación, aunque sí ayuda mucho y cada vez más nos acostumbramos a que esa debe ser una de las características que debe poseer cualquier intento de transmitir mensajes. La comunicación eficaz, creo, debe ir acompañada de dosis importantes de muchos elementos en su justa medida: escucha activa, tolerancia, paralenguaje acorde con el lenguaje, autenticidad, ajuste al contexto, persona y tiempo… ¿Qué otro se les ocurre? La comunicación es caníbal, se alimenta de sí misma. 

lunes, 15 de noviembre de 2010

IMAGinando un mundo mejor

                Esta semana de compartir historietas me llevó a la reflexión de que estamos en una sociedad muy visual. La comunicación no ha deja de ser verbal, pero con mucha frecuencia necesitamos reforzar lo que decimos con la imagen que representa el mensaje. Lo curioso de las imágenes es que, muchas veces, son subjetivas y puede que no representen lo mismo para todos los que reciben el mensaje. Desde mi punto de vista, la comunicación se ha enriquecido con el recurso visual. Además, creo que en gran parte la necesidad de la imagen se ha expandido por la tecnología cada día más avanzada: buscadores potentes como Google, Youtube, páginas web dedicadas a imágenes únicamente, la facilidad para compartir fotos y videos a través de redes sociales y múltiples herramientas que de una manera rápida (e incluso inmediata) nos permiten expresar en un lenguaje, que sin ser universal, es comprensible para una población más amplia, sin las limitaciones del idioma, el analfabetismo o las excusas sobre “flojera o disgusto por la lectura”.
                La Psicología, desde hace mucho tiempo, se ha dedicado al estudio de dibujos y a partir de ellos obtiene gran cantidad de información, que al complementarse con otras fuentes deriva en conclusiones e intervenciones. De alguna forma, muchas personas hoy en día intentan hacer una labor similar. Con ello debe tenerse mucha precaución, pues requiere un estudio concienzudo y profundo. Por otra parte, el discurso verbal acompañado por lo visual adquiere una fuerza mayor. Es así como ahora es muy común ir a congresos, talleres o cursos en los que todos los ponentes preparan presentaciones en Power Point para exponer temas muy comunes o muy extraños, y mientras más novedosas, impactantes y/o explícitas sean las láminas más fácil será recordarla y hasta mejor evaluada podría llegar a ser. El riesgo de esto es que nos quedemos con la imagen, con lo “bonito” del mensaje y olvidemos la profundidad del mismo. Creo que es un riesgo que debemos correr, pues el mensaje se enriquece con la imagen, siempre que esté adecuadamente utilizada. Como en otras áreas de la vida, todo exceso sobra, pero todo estímulo bien ubicado y en coherencia con el contexto y el tiempo llega a ser un tesoro. La comunicación eficaz ha dejado de estar restringida a lo verbal, en la naturaleza del ser humano está la diversidad y la comunicación es solo un ejemplo de ello.

Sólo una semana y no me queda duda: comunicación eficaz

                Sólo ha sido necesario que transcurra una semana para REconocer (porque ya lo conocíamos) lo complicado que resulta comunicarse. Supongo que es porque es algo que vivimos diariamente y las consecuencias de los éxitos y fracasos en el proceso nos afectan de manera directa y (muchas veces) inmediata. Además, qué haríamos sin la comunicación. Este módulo me ha hecho reflexionar sobre ese punto en específico, concluyendo que los seres humanos siempre tenemos una manera de comunicarnos y, si no la tenemos, la buscamos, creamos, mejoramos y encontramos. Entonces fui al segundo punto que se me ocurrió, ¿qué hacemos sin un medio a través del cual comunicarnos (canal)?, ¿qué tal sin el celular o, mejor aún, sin el Blackberry? Personalmente, me cuesta mucho imaginar este escenario. Parece que hemos naturalizado mucho la inmediatez de la información y la posibilidad de compartirla con otros. Creo que esto es un aspecto positivo de la comunicación actual, tal como yo la percibo. Explico: estamos pendientes de los mensajes que nos llegan al teléfono, de los correos electrónico que recibimos, de los replies de Twitter y de las notificaciones de Facebook. Todo es interacción. Es verdad que las redes sociales han sido criticadas porque nos acostumbran a comunicarnos de modo virtual más que face to face (como dicen por ahí), pero también es cierto que nos han enseñado a comunicarnos de maneras diversas y cualitativamente diferentes. Todo el tiempo estamos expuestos a nuevos modos de comunicarnos y eso es enriquecedor. 

Lo más interesante (hasta ahora, por supuesto) es que a través de la red estamos aprendiendo sobre la comunicación que se da en todos los contextos. Muchas personas se basan en el argumento de que internet nos está quitando la vida, que pasamos más tiempo frente a la computadora que con la gente, pero esto sólo es así si nosotros lo permitimos. El mundo virtual tiene una oferta interesante, pero no es excluyente a lo que encontramos en el contexto 1.0. Por eso el ejemplo de esta semana de aprendizaje me parece interesante: patrones de respuesta (disfuncionales) que llevamos a cabo y observamos día a día en gente de verdad, no sólo en el foro en el que comentamos, o en las redes sociales que frecuentamos. Afortunadamente, la comunicación se ha ampliado y podemos sumergirnos en cualquiera de sus múltiples modalidades. Ojalá los seres humanos avanzáramos (se entiende que para mejor) a la par de la comunicación y la tecnología.

sábado, 19 de junio de 2010

TECNOLOGÍA Y HUMANIDAD


Dicen que el ser humano es ambicioso. Yo creo que lo es, pues al sólo hecho de vivir subyace un deseo de obtener algo, de lograr algo, de ser alguien. Mi pregunta es cómo se califica eso de ser bueno o malo. ¿Es acaso una virtud o un defecto? La pregunta tiene sentido tomando en cuenta que sea cual sea la respuesta definitiva, ésta puede cambiarse.
A ver, digamos que es una virtud. Bueno, creo que no habría nada que cambiar, sólo que si usted no es muy ambicioso, pues no lo piense más y empiece a practicar a ver cómo se siente. Ahora digamos que ser ambicioso es un defecto. Entonces ha llegado el momento de modificar la conducta. Tarea difícil, especialmente si lo está descubriendo ahora, después de varios años de intensa práctica en el arte de la ambición. Quizás un psicólogo podría ayudarlo a cambiar este rasgo de su personalidad. Si esto es así me parece necesario cuestionarme el poder de los psicólogos frente a un mundo que está en la búsqueda de un cambio. ¿Tiene alguna duda?
Internet es un cambio bastante importante para el mundo contemporáneo. Nos dio el don de la inmediatez y de la omnipotencia. Y, de hecho, internet es sólo una evidencia muy precisa, pues la tecnología, como ámbito general, nos ha dado mucho más. El problema es que no todo lo que se puede se debe. Llevar a cabo todo lo que es posible por los recursos que tenemos es mucho más que ser ambicioso.
¿Quién decide lo que se puede y lo que no se puede? Pongamos el ejemplo concreto de las personas que quieren cambiarse el sexo, porque se sienten incómodos con el cuerpo que arbitrariamente la naturaleza y todas las variables asociadas les otorgó. ¿Es legítimo apoyar a estas personas en su deseo de cambiar su sexo? La verdad no quiero contestar esta pregunta, porque pasa por responder primero con la que inicié este párrafo.
No soy quién para decidir por otros, pues a duras penas decido por mí, pero no creo que esté bien eludir la responsabilidad que tengo de tener una postura, la cual no voy a establecer aquí, pues no es el objetivo. El objetivo es alertar a los futuros psicólogos, a los que ya lo son y a los que quieran serlo, pues los cambios que se están dando a nivel mundial hacen un llamado a cada uno de nosotros, quienes tendremos que hacer frente a muchas propuestas que podrían hacerse realidad por la tecnología con la que contamos, pero no por lo necesario, prudente o apropiado que sea. La neutralidad es una posición cómoda que en este momento parece ser la correcta, pero ante el avance imparable de lo que se puede debemos apresurar algo que regule lo que se debe.
Esto implicaría una inmensa responsabilidad, una gran capacidad de trabajo en equipo y un intenso deseo de hacer bien a la humanidad. No creo que lluevan los candidatos y, si así fuera, sería necesaria una selección dura, la cual permita identificar a los candidatos más idóneos. ¿Esto no suena un poco discriminatorio? Creo que muchas de nuestras conductas llevan de fondo la marca nazi, lo cual debe hacernos temer acerca de nuestro potencial como seres humanos, más que lo que podamos lograr a través de recursos tecnológicos. Sin ningún artefacto adicional podemos hacer mucho daño, con lo cual tenemos mucho que hacer al respecto, por el bien de la humanidad, por el bien de nuestra descendencia y de nosotros mismos. El arma más letal no es la más avanzada, sino la que reside en la Tierra desde hace millones de años, los habitantes aparentemente más des

RECOLECCIÓN DE BIENES

No sé en qué momento de mi vida decidí que iba a estudiar Psicología, pero definitivamente no estaba preparada para la responsabilidad que tendría que asumir a partir de ese momento. No estaba preparada para ello, pero aún más grave es que a pocos meses de recibir el título no sé si lo estoy. Mi desarrollo como ser humano ha tomado giros inesperados ante la experiencia como estudiante de Psicología. Me pregunto si sería la misma si hubiera tomado un camino diferente.
Viniendo de una familia de ingenieros estudiar Psicología no era una alternativa aceptada, pero sin saber en qué consistía realmente este asunto, defendí la decisión y la lleve hasta sus últimas consecuencias. Por eso estoy aquí ahora. Esto me ha hecho a pensar hasta qué punto puedo dar continuidad a una idea. Esto no es una pregunta trivial. Una vez que decidí estudiar Psicología decidí sobre el resto de mi vida y no creo estar exagerando. Pero día a día tomamos decisiones que impactan en nuestro futuro de maneras que no podemos ponderar de modo preciso.
La vida no está hecha de casualidades sino de pequeños esfuerzos que vamos plantando en el camino y que recogemos (ojalá) en el momento apropiado. Con riesgo de psicologizar todo, me atrevo a decir que en cada elección plasmamos un “algo” que nos pertenece y nos define. Si cada movimiento físico expresa algo de quien lo lleva a cabo, cada movimiento psicológico envuelve lo que somos. El presente no está desligado del pasado y, por lo tanto, tampoco del futuro. Y esa frase tan simple y hasta cliché debería asustarnos, porque implica que hoy es el ayer de mañana, y lo que estamos haciendo tendrá sus implicaciones, las cuales se espera que asumamos.
No me da miedo tener miedo de lo que sería capaz de hacer, en vista de que cuando decidí estudiar Psicología lo llevé hasta el final, porque creo que he construido algo en base a este sueño que se materializa poco a poco. El miedo de hoy es por el compromiso de mañana y el esfuerzo del ayer.
Los seres humanos coqueteamos con el tiempo. Cuando tenemos en exceso, queremos que se acorte; y cuando nos hace falta queremos multiplicarlo. Nunca estamos conformes con su presencia ni con su ausencia y creo que es lo mismo que pasa con las metas personales, con los retos y con todo lo que es humano. El inconformismo es la característica más sana de cualquier persona, pero paradójicamente es nociva cuando sobrepasa los límites que dividen lo normal de lo excesivo. Alguna vez escuché decir a alguien que cualquier exceso esconde una necesidad insatisfecha, por ello la consecución de metas es un reto en sí mismo, pues prepara el escenario para poner a prueba lo que más nos interesa: ¿medios o fines?
Mi temor actual es porque pienso en cómo he llegado a obtener lo que quiero. Una revisión que deberíamos hacer cada vez que logramos algo grande, inesperado y que parecía extremadamente difícil. Ojalá la respuesta siempre sea que fue a través de los modos más aceptados y bien llevados, pero cada acción puede ser interpretada desde el bien y desde el mal, dos amigos que como criaturas de comiquitas nos van hablando a lo largo del camino que conduce a la meta y dependerá de cada uno escoger entre sus propuestas.
Escoger entre ellos nos brinda la experiencia que se convierte en la base de futuras elecciones. La recolección de las elecciones buenas y malas nos hace las personas que somos. ¿Cuál va ganando en tu colección?

QUIERO SER INVICTUS

Perdonar es un tema polémico. Para algunos es asunto divino y para otros de olvido. Perdonar es una virtud que se aprende. Cuesta perdonar, incluso a quienes amamos de verdad. Si es así, más difícil debe ser perdonar a desconocidos o a quienes han ocasionado daño con verdadera mala intención. Sin embargo, muchas veces es difícil separar a estos dos grupos de personas.
¿Podrías perdonar a alguien que te robó 27 años de tu vida injustamente? Yo no sé si podría. Yo no sé si podría ser la misma después de un robo tan grande y tan irreversible. Las pérdidas irreversibles, por naturaleza, son dolorosas y representan marcas imborrables en la existencia de quien las padece. Si perder a un ser querido es una experiencia absolutamente triste, perder parte de la propia vida genera impotencia y un malestar que no es revocable.
La libertad es uno de los mayores tesoros de la vida. En Venezuela vivimos en una constante lucha por obtenerla y ampliarla ante un escenario que la restringe progresivamente. Quizás por esto es que la historia del señor Nelson Mandela nos parece tan impactante: un hombre encarcelado por más de 20 años que llega a ser presidente de la nación en la que viven quienes lo privaron de su libertad y él se plantea la unión de ese país y el bienestar de todos los ciudadanos. Si hay algo que quisiera pedir a Dios, a la vida, a quien sea, es lograr ese nivel de integración como persona. Y es que parece que para el señor Mandela esos años de cárcel no fueron una pérdida sino una ganancia en sabiduría, en reflexión y en fortaleza humana, algo que no parece conseguirse por sí mismo cuando se le priva de libertad, sino porque antes de ese encarcelamiento ya era una gran persona.
La imposibilidad de perdonar es como decirle al otro que no aceptas su error, porque tú no serías capaz de cometerlo. Esto exige que seas un ser humano ilustre, pues nadie puede garantizar que no cometerá ciertos errores en algún momento. Quien no perdona asume un gran compromiso, pero aún más grande es el compromiso de quien sí perdona, pues con ello demuestra que su humanidad es un don en sí mismo y el perdón es sólo una expresión de la bondad que posee.
El perdón otorga control a quien lo practica, por eso el innegable invictus, el señor Mandela, puede decir que es el capitán de su alma. Creo que la historia de este gran hombre hace evidente que aunque es más fácil oponerse que ajustarse, cuando se logra la adaptación se crece como persona, se gana la inspiración y se convierte en ejemplo de miles.
Ante la necesidad de elegir líderes tendríamos que entender que los verdaderos guías no son los más agradables y ello entra en conflicto con la tradicional manera de seleccionarlos: ganando elecciones. Dirigir un país exige características que no necesariamente poseen los que ganan elecciones populares. Los líderes dejan de serlo cuando se doblegan ante la mayoría por complacer, pues generalmente esto implica oponerse a la autoridad y es que a nadie le gusta ser subordinado, ni recibir órdenes. La historia de un país se repite en cada rincón de nuestras interacciones y en nuestras experiencias personales.
El perdón y la reconciliación se asocian y se enriquecen. Él que reúne las dos características es el ganador de su vida y el invicto de su alma. 

QUERER Y PODER

El mundo busca justicia y poder como si en ellos residiera la felicidad. ¿Entonces la meta es la justicia, el poder o la felicidad? Convencionalmente hemos asumido que ser felices es el objetivo de la vida y quizás ese supuesto parta de lo difícil que resulta obtener la felicidad. Por naturaleza, el ser humano no se detiene: si busca el éxito y lo consigue, la satisfacción dura poco, pues seguramente ya se estará planteando un nuevo objetivo. Ante la cercanía del final de una etapa que exigió gran esfuerzo, dedicación y sacrificio es necesario preguntarse si esto es lo que quería. Y es relevante la pregunta en la medida que la respuesta tendrá implicaciones en el futuro y ese futuro involucra a otras personas que tienen sueños y expectativas acerca de mi potencial. Esas otras personas pueden verse afectadas por mi rendimiento y por mis decisiones, es decir, tengo una responsabilidad con ellas y conmigo misma.
Cuando he intentado responder esta pregunta me he dado cuenta que no tengo respuesta, y la razón es por motivos mucho más abstractos de lo que yo misma había comprendido antes. La verdad no me interesa el poder, o al menos no me interesa el poder del que hablan otras personas. Yo no quiero poder de influencia ni económico, pero confieso que el poder me haría feliz si con él pudiera hacer que otros vieran algunos temas desde mi punto de vista. Sobre la justicia, podría decir que vivo en una búsqueda constante de la misma, pero la frustración en los intentos de encontrarla me han llevado a desarrollar tolerancia ante su ausencia, lo que no me ha hecho feliz, pero tampoco demasiado infeliz. Conclusión: creo que no necesito ni la justicia ni el poder para ser feliz.
Lo anterior me ha llevado a replantearme mi noción de felicidad que no está ligada a la justicia ni al poder y tampoco a hacer lo que quiero, pero sí está estrechamente ligada con hacer lo que otros esperan de mí y que otros hagan lo que espero de ellos. ¿Cómo reconciliar aspectos que pueden ser mutuamente excluyentes y, a la vez, tan trasgresores de la libertad y la convivencia? No pretendo responder a esta pregunta, sino cuestionar los modelos que la sociedad nos impone como correctos y necesarios para la vida en grupos.
Darme cuenta que mi noción de felicidad es tan cruel me invita a reflexionar sobre las consecuencias que se han derivado de ello, aún cuando yo no sabía que el inicio de las mismas era esta filosofía de vida tan egoísta y poco humana. Nunca me ha gustado trabajar en equipo, me disculpo siempre y decido abordar la tarea de modo individual. La vida me ha ido reforzando tal actitud, pues los resultados que he obtenido hasta los momentos son positivos. Sin embargo, ante cualquier reto no me muestro segura de mis capacidades, no logro reconciliar mi competencia interna con la incertidumbre de no saber qué esperan los demás de mí. ¿Alguna vez te ha pasado? Es la sensación de no poder, pero querer. E incluso es más complejo, porque es creer que no puedes, pero aún así querer poder. Es un asunto de poder. El poder que yo creía no necesitar y el que me generaba tanto rechazo. Estar sola te priva de la posibilidad de validar tu pensamiento, conducta y emoción.
El ejemplo a seguir no es un asunto de dependencia, sino de humanidad. La felicidad no está en el poder ni en la justicia y tampoco sé dónde está, pero sí voy entendiendo que tiene que ver con la interacción con otros semejantes y con otros diferentes, pero no para actuar en función de lo que ellos quieren o de lo que yo quiero, sino para buscar un equilibrio entre esas posibilidades. Hacer feliz a todos no es posible, pero es un reto que induce al bienestar y a la justicia de los que podemos pensar en otros.


TRABAJO PARA PSICÓLOGOS

El dilema naturaleza-aprendizaje ha sido un tema recurrente desde que empecé a estudiar Psicología, pero creo que además es un tema que implícitamente está en muchas de nuestras interacciones. Cuando asumimos que las conductas humanas están determinadas biológicamente, restamos mucho al ser humano como individuo activo, aunque evidentemente es bastante tentador caer en este extremo, pues no se puede negar que hay fenómenos humanos que serían increíbles si no se pudieran atribuir a la genética o a algún mecanismo biológico. Por ejemplo, el que dos hermanos que nunca se han conocido tengan actitudes o, incluso, patologías similares.
Irse al otro extremo también sería exagerado, pues no todo es moldeado por el ambiente, aunque éste tiene una carga importante. Creo que el ejemplo que más me sorprende es la comunicación, sea verbal, gestual o cualquiera de sus variantes. Aún cuando hay aspectos universales, está muy cargada por factores culturales y del contexto más cercano, el familiar. Por ejemplo, llamas a la casa de una amiga, te atiende su mamá, pero el tono de voz es tan parecido que la confundes y hasta que no te dice “no soy fulanita” no te das cuenta del simpático error.
No me había planteado este dilema con respecto a los comportamientos éticos. Creo que asumía que se habían aprendido mediante procesos de modelaje e introyección de figuras positivas o, en todo caso, negativas. Creo que al tratar estos temas sería realmente útil poder recordar el primer comportamiento moral que tuvo cada uno y así identificar los factores que nos llevaron a tal conducta. Dado que la tecnología está avanzando tanto, quizás los esfuerzos deberían dirigirse a crear herramientas que permitan a los niños (incluso bebés) almacenar información sobre los procesos mentales y la conducta. Claro, esto no es un asunto simple y probablemente encuentre muchos adversarios dentro de la Psicología, aunque no me extrañaría que de un momento a otro los dilemas éticos que tengamos que enfrentar se dirijan en esta dirección.
Volviendo al tema inicial, parece que vivimos una época en la que no es ni una cosa ni la otra sino una “mezcla integrada y dinámica” de todo lo que era antes. Es así como siempre terminamos hablando de interacciones y relaciones muy complejas que hacen muy difícil comprender al ser humano, lo cual impacta directamente a la Psicología.
Una de esas soluciones “integradoras” es la que alude a que el ser humano se adapta a su ambiente en función de sus recursos biológicos, características de personalidad (que, a su vez, tienen componente genético y experiencial), relación con otros, y muchos factores más. Nos quedamos sin respuesta clara, especialmente si el objetivo es intervenir, pues aunque estos elementos se relacionen en sistemas, implica que la modificación en uno impacta en el resto, en términos prácticos es muy difícil lograr una intervención potente. La falta de especificidad es un asunto que atormenta a la Psicología, a los psicólogos y a los estudiantes de la misma, pero divierte a los críticos y a los que asumen una postura fatalista con respecto al futuro de esta disciplina.
Aunque, hasta el párrafo anterior, pareciera que estoy en contra de esas respuestas que describen, explican o predicen a partir de la interacción de elementos, no es así. Yo, en mi proceso de aprendizaje y en mi proceso vital, he entendido que se trata de una cuestión dinámica en la que interactúan una serie de variables. Sin embargo, esto no evita que me angustie tener que responder de este modo y en algunos casos siento que no estoy respondiendo nada.
            Creo que el dilema naturaleza-aprendizaje tiene que ver con el miedo de los psicólogos a dejar de ser útiles para la sociedad, pues si todo estuviera determinado biológicamente, poco es lo que podríamos hacer como profesionales de la conducta y los procesos mentales, pues partimos de la posibilidad de cambio, el cual no tendría sentido si todo se explicara por mecanismos biológicos. Quizás por eso, a pesar de que no me inclino por una postura totalmente biológica o totalmente psicológica, creo firmemente en que la experiencia tiene un peso sustancial. ¿Qué puede estar más allá de la experiencia? Es una postura arriesgada, pues podría ser equiparada a las nociones más antiguas (y ya superadas) de la Psicología. Me refiero al punto de vista funcionalista de James, quien identificaba a la mente con la conducta adaptativa  y terminó afirmando que la conciencia iba a desaparecer, pues ni siquiera existía como entidad, sino que sólo existía la experiencia. Eso es lo que hoy conocemos como empirismo radical (Leahey, 2005).
            Sin intención de negar lo biológico, no tengo ninguna duda de la importancia de los aspectos psicológicos, pero me niego a aceptar cualquier tipo de determinismo y creo que, en muchos casos, cuando se alude a lo biológico se hace demasiado énfasis en el no poder hacer nada para cambiar y eso me asusta por sus implicaciones para la Psicología. Pero más allá de mi temor, estoy de acuerdo en que la moralidad no es un fenómeno universal que indica modos de comportarse correctos o incorrectos, pero no entiendo que se defina como una estrategia adaptativa para lograr la supervivencia de la especie (La Rocca, s.f.), al menos no de modo directo.
            ¿Acaso no es evidente que todas las sociedades tienen una “moralidad” que les pertenece? Para mí esto es obvio, aunque definitivamente esa moralidad no es universal. No es igual ser moral en Venezuela que en Arabia Saudita o en Omán. Y el clásico ejemplo es el de la consideración sobre las mujeres. Aquí en Venezuela no es “moralmente incorrecto” que una mujer salga mostrando su rostro, pero esa misma conducta no es bien vista en los países del mundo árabe. En la misma línea, los hombres que se casan con más de una mujer no sólo cometen un acto que legalmente es sancionado según las leyes de la mayoría (por no decir todos) de los países de este lado del mundo, sino que es “moralmente incorrecto”, no así en el mundo árabe. De ahí que haya diferencias con respecto al tema de la moralidad que se asocian a la cultura y a otras variables, pero es difícil defender que esto sea adaptativo, en este caso, para las mujeres árabes, quienes aunque me imagino deben estar acostumbradas a este estilo de vida, desde mi etnocentrismo, no sé si yo podría tolerar una situación similar y no puedo ver los beneficios de esas creencias para la continuidad de la especie.
Una situación que vivimos más de cerca tiene que ver con la virginidad. La abuela de mi mamá se casó a los 14 años, y lo hizo tarde para la época, casi de inmediato tuvo su primer hijo. Mi mamá se casó a los 24, y yo siempre le digo que se casó demasiado pronto, a los pocos meses supo que estaba embarazada. Actualmente, si una niña tiene relaciones sexuales a los 14 años (supongamos que no se trata de abuso sexual) es un hecho inmoral, pero hace unos años, era sólo la norma.
            Creo que esta sociedad tiene mucha intolerancia al error, y eso tiene que ver con la moral. Ejemplo reciente y que despierta pasiones: el mundial de fútbol Sudáfrica 2010. En el primer partido de Inglaterra, que se enfrentaba a Estados Unidos, el portero inglés Robert Green cometió un error futbolístico y los medios de comunicación señalaron de manera masiva que ello podría costarle la titularidad a Inglaterra (Prensa Latina, 2010). Y yo me pregunté, aceptando mi ignorancia en el tema del deporte, ¿cómo pueden culpar a una sola persona de perder la oportunidad de clasificar si se trataba del primer partido, si es un deporte de equipo, si fue un sólo gol? Y tantas otras interrogantes que surgen al respecto. Yo no cuestiono el error, pero sí la intolerancia manifiesta y, sobre todo, el que no se le haya permitido a este jugador participar en el siguiente partido de la selección en el Mundial. ¿Qué mensaje se transmite a la futura generación que le quedan muchos errores por cometer? Desde mi punto de vista, esto tiene que ver con los deseos de perfeccionismo, inmediatez y diversidad que la juventud asume como valores de vida. Estos valores tienen que ver con la tecnología, con el acceso a comodidades de manera rápida y extensiva, con la posibilidad de tenerlo todo y, en todo caso, quererlo todo. ¿Cómo podemos cuestionar la importancia de la Psicología en eventos tan cotidianos donde lo biológico sólo se presenta en el fondo del escenario?
            Entonces, creo que esto es un asunto de definir adaptación. La moralidad no es adaptativa en el sentido biológico, de hecho, creo que hay quien vive prescindiendo de ella y es feliz, porque puede vivir en función de sus ideales, de lo que significa bienestar para esa persona en particular o de la sociedad en la que vive. Esta persona se ha adaptado a su contexto, pero no por ello la naturaleza lo seleccionó para expandir su descendencia.
La moralidad es necesaria y tiene que ver con las expectativas, con la cultura, con la experiencia acumulada, pero no creo que venga transcrita en ningún gen, no se transmite de una generación a otra. Es adaptativa en el sentido de ajustarse a la sociedad en la que se aplica. Es necesaria porque permite la convivencia con los semejantes, porque el comportamiento ético es una especie de norma que rige nuestras vidas, es el superyo del Psicoanálisis, la castración tan justificada en una sociedad que puede llegar al caos. En ese sentido sí permite la supervivencia, pero a través de mecanismos individuales y sociales que, inevitablemente, impactan en la consecución de la especie.
            Perder la virginidad a los 14 años, compartir el marido con otro grupo de mujeres o asumir los errores no alargan la vida y no seleccionan para la supervivencia, sino que tienen efectos psicológicos importantes que impactan en nuestras vidas y la posición que asumimos ante esos eventos nos hacen más o menos aptos en función de la sociedad en que vivimos. ¿Podemos prescindir de la moralidad? No. ¿Podemos prescindir de las variables biológicas? No. ¿Podemos prescindir de los aspectos psicológicos? No. Todos tienen una carga importante en lo que termina siendo el producto final, pero no todos tienen la misma ponderación. El comportamiento ético debe mantenerse y, en muchos casos, modificarse, pero ello tiene que ver con intervenciones en la sociedad y en ello la Psicología debe tener un rol activo. Todo eso me compromete mucho más en mi trabajo como futura psicóloga y me lleva a entender que esta discusión surge porque no somos perfectos, somos diferentes y necesitamos respuestas. Los psicólogos no pueden resolver todo, pero tienen algo que aportar. Es momento de destacar, como profesionales y como ciudadanos, en la sociedad.
           
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
La Rocca, S. (s.f.) La ética y la Psicología desde una perspectiva ultradarwinista. Revista de Psicología y Ciencias Afines, 6-12.
Leahey, T.H. (2005). Historia de la Psicología. (6ta ed.). Madrid: Pearson Prentice Hall.
Prensa Latina (2010). Capello sacó de la nómina inglesa al portero Green. Recuperado en Junio 14, 2010, de http://www.prensa-latina.cu/index.php?option=com_content&task=view&id=198788&Itemid=1

lunes, 31 de mayo de 2010

Como, luego existo

Me gusta comer. Y asumiendo el riesgo de que se interprete este comentario: Me gusta comer dulce. Yo podría sustituir fácilmente un plato de carne y arroz por un trozo de pie de limón. Yo creo que es mi necesidad de afecto lo que me incita a preferir este tipo de alimentos. Pero es que en mi casa, desde que yo era niña, el momento de comer es el momento de compartir, de hablar, de escucharse y de estar en familia. No hay reunión familiar que no implique comer, picar y/o tomar algo. Bueno, quizás estoy generalizando, pero en toda mi familia es así.
            También está todo lo que tiene que ver con salir con alguien. Yo me he planteado que no puedo salir con alguien si no estoy dispuesta a comer, lo cual puede ser todo un dilema: ¿y si no quiere comer donde a mí me gusta?, ¿y si elijo un lugar inadecuado?, ¿muy costoso?, ¿muy barato? Y así miles de preguntas que invaden mi cabeza cuando pienso en que voy a estar con otra persona.
            La comida habla de nosotros, así como habla de nosotros nuestra forma de caminar, de escribir y de hablar. No es lo mismo pedir una ensalada que una hamburguesa, y no es lo mismo pedir un refresco light a un jugo de frutas. Típico pensamiento de estudiante de Psicología: a través de lo que hacemos, decimos y pensamos expresamos mucho más de lo que creemos y de lo que le parece al mundo en general.
            Como era de esperarse, mi relación con la comida me ha generado problemas en mi casa. Eso de preferir el dulce antes que lo salado, creer que a través de la comida la gente se expresa y definirla como algo que nos une como familia, resulta perturbador para todos los que me rodean en casa, a quienes las nociones psicológicas le suenan a cuento chino.
Sin embargo, durante mi infancia mis papás reforzaron esta manera peculiar de relacionarme con la comida. Por ejemplo, cuando estaba en primaria comía poco, entonces mis papás decidieron que cuando llegara del colegio me comiera un plato de fruta y, después, el plato de comida. Eso funcionó hasta que yo me cansé de la fruta. Durante otra época de mi vida no quería desayunar, no me comía lo que me mandaban, entonces antes de dejarme en el colegio me hacían comer cuadritos de queso blanco. Lo mantuvieron hasta que se acabó ese año escolar, y después se les olvidó. Finalizando el bachillerato detestaba desayunar, me daban náuseas y podía pasar toda la mañana sin probar bocado. Ahora me doy cuenta que era síntoma claro de que estaba enamorada y muy nerviosa por la cercanía del objeto de mi amor. Mis amigas del bachillerato solían comprar galletas Oreo y Ruffles que compartían conmigo, lo cual me parecía agradable.
Aún más curioso es que durante esos últimos años de colegio, mi mamá se tomó la tarea (por algunos meses) de mandarnos (a mi hermana y a mí) a la hora del recreo una arepa recién hecha. Posteriormente, incluyó en la lista al que era mi novio en ese momento. En esta conducta se deja ver el nivel de consentimiento al que llegó mi mamá con el objetivo de que sus hijas comieran.
Y hasta cuarto año de la carrera mi mamá se levantó antes de las 5 de la mañana para prepararme una arepa de desayuno. Honestamente, llegué a detestar la arepa en la mañana y le pedí que no lo hiciera más. Para mí fue muy doloroso decirle que ya no quería que hiciera esto por mí, pero para ella fue aún peor, pues representó una ofensa, se deprimió mucho y afectó nuestra relación madre-hija.
Creo que nunca había pasado revista a las implicaciones de la comida en mi vida familiar. Me parece que tiene que ver con todo lo que soy, con lo que he dejado de ser y con lo que quiero ser. Tiene que ver con los dilemas de mi vida: amar-no amar, independencia-dependencia, mujer-niña. La comida, además, es un arma de rebeldía contra mis padres, quienes en la actualidad la ofrecen como su obra maestra, pero en el pasado fue un arma de castigo: “no te levantas hasta que te lo comas todo.” Nunca funcionó, porque mi tía o mi abuela siempre me ayudaban a zafarme de los alimentos que no consumía, lo cual (nuevamente) demuestra el grado de consentimiento que llegué a disfrutar.
También recuerdo que mi relación más cercana en la primera infancia fue con mis abuelos maternos, a quienes llegué a llamar “mamá” y “papá”. Mi abuela no me servía comida, porque yo no me la comía, entonces ella servía su plato, mientras yo le confirmaba que no iba a comer, pero cuando la veía a ella le decía que quería probar y terminaba siendo dueña del plato que supuestamente era de mi abuela. Con mi abuelo “cocinaba”, bueno él decía que mi hermana y yo lo ayudábamos, pero lo que hacíamos era acompañarlo mientras él cortaba todo y nos daba de probar. Esas primeras relaciones, aún hoy, son de vital importancia para mí. Mi abuelo murió, algo que a pesar de los años creo que no he logrado integrar a mi vida. Mi abuela sigue viva y siento que mi relación con ella es más sólida que con mi verdadera mamá.
Creo que todo esto me hace pensar que la comida ha sido alimento para el alma. Frase cursi, pero que resume la importancia de este recurso que es necesario para la vida, pero mucho más allá de la supervivencia al estilo de Darwin. La comida me ha dado la posibilidad de establecer, mantener y terminar relaciones importantes en mi vida. La comida es un medio para vincularse y también un elemento de transición. Mi vida sin la comida es mi vida sin mi familia. Nunca había vinculado de manera tan directa estos dos aspectos, estas dos necesidades: la familia y la alimentación.     
Comer en familia es darse un abrazo implícito, halagar la receta de otro es alabar el talento para producir algo que se ofrece, y cocinar es la muestra de que quieres brindar algo de ti a alguien más. Comer es un placer, pero aún más placenteras son las consecuencias del comer, que van asociadas a la vida en interacción. Esto pone en perspectiva el riesgo que implica el comer, pues desde el punto de vista que lo planteo, comer es una actividad tan gratificante que bien valdría la pena hacerse adicto a la misma. Entonces, me pregunto si eso sería posible y me respondo que no, porque la vida se enriquece a través de múltiples momentos y, si bien la hora de la comida ofrece la oportunidad de vincularse y enriquecerse compartiendo con otros, la vida brinda otras ocasiones para ello. La labor diaria de cada uno de nosotros debe orientarse a reproducir estos instantes de dicha y bienestar. Si no es así, creo que los psicólogos estamos allí para ayudar, para hacer de las personas seres menos orales, algo que suele verse con malos ojos en el mundo de la Psicología, pero que forma parte del día a día y puede que sea tan importante como las características anales o histéricas.
Quisiera que con estas reflexiones pudiera asomarse la posibilidad de que ser “oral” desde el punto de vista psicológico no implica tener una personalidad inferior o menos estructurada, sino que es una parte de nosotros que debemos cultivar. En este sentido, toda personalidad requiere un espacio oral, anal, fálico, que en conjunto logre integración consistente y estable. El riesgo que asumo es el de ser considerada primitiva y regresiva, pero prefiero vivir en zigzag que en una línea recta, y para ello necesito de la comida y de todo lo que trae consigo este recurso vital, recurso que me ha acompañado y que me ha llevado a entender que mi objetivo no es comer para vivir, sino vivir comiendo.

Vivir y arriesgar, arriesgar y vivir

Vivir ya es un riesgo. Más si a ello le agregamos las dificultades de una ciudad como Caracas, y de un país como Venezuela. También hay que asumir que en la adolescencia y en la adultez nos exponemos mucho más. ¿Por qué? Si se supone que a esa edad tenemos mucho más que perder: La vida entera por delante, los planes del futuro, el novio, los amigos y, por supuesto, la familia. En este período de la vida es cuando quedarían más asuntos inconclusos. No es que la vida de un anciano sea menos valiosa, todas son valiosas, pero resulta curioso que siendo jóvenes tengamos tan poco apego a la vida. Las siguientes líneas las dedico a distintas hipótesis sobre este interesante hecho.
            Los jóvenes estamos en la edad de vivir. Vivir puede tener distintos significados. Parece que hoy en día se tiende a equiparar la vida con experimentar, probar todo lo que sea posible, sin límites ni restricciones. Ante el aumento en la expectativa de vida, parece que nos hemos confiado y tenemos la sensación de que la vida es más resistente, como si tuviéramos una capa de inmunidad y, por lo tanto, podemos arriesgar más. ¿Cómo arriesgamos? De muchas formas diferentes: Consumo de sustancias, delincuencia, relaciones sexuales prematuras y/o sin protección contra las enfermedades y el embarazo, alimentación y nutrición inadecuada, y más.
            Podría ser que actualmente no haya tanto un afán por vivir muchos años, sino por vivir intensamente. No importa si la vida se agota después de un gran placer. La cultura de la humanidad se deja ver en sus creaciones, por ejemplo, los libros. La saga Crepúsculo de Stephenie Meyer (2009), sobre el romance entre un vampiro y una mortal deja claro que el amor está sobre todo lo demás, incluso sobre la vida. Bella, la protagonista, prefiere morir a vivir sin Edward, el vampiro principal de la historia. Si él no está no quiere la vida, pero con él desea la eternidad. ¿Será que eso nos pasa a los jóvenes de hoy en día? ¿Qué nos hace falta para querer vivir por siempre?
            En otra de las sagas exitosas de los últimos tiempos, Harry Potter, en su primer libro (Harry Potter y la piedra filosofal, 2000) queda claro que la inmortalidad puede estar al alcance de la mano (en la piedra filosofal), pero nunca será suficiente para ser feliz, y es así como la piedra es destruida.
            Tal vez preferimos la muerte a una vida de dolor y sufrimiento. Cada vez vemos y escuchamos con más frecuencia expresiones que reflejan nuestra intolerancia a la tristeza y al malestar. “No llores”, “no sufras, vamos a celebrar ese divorcio.”, “nada malo va a ocurrir, todo va a salir bien”. ¿Por qué nos empeñamos en negar lo que está presente y no queremos? Puede ser, efectivamente, que después de una gran tormenta venga la calma, pero nadie tiene garantías de que así va a ser y, en todo caso, de esos aspectos difíciles de la vida también se puede aprender mucho. Quizás eso me remite directamente a uno de mis conceptos psicológicos favoritos: Resiliencia.
            La búsqueda del placer como centro de nuestras vidas nos conduce a vivir de la fantasía. Vivir de la fantasía es vivir de una mentira, de algo que no es, aunque resulte cómodo, pues posterga la toma de decisiones y la necesidad de asumir responsabilidades y roles. Afrontar la realidad, la verdad del día a día, requiere esfuerzo, pues las verdades siempre tienen dos caras: Una hermosa y otra terrible. Equilibrar estos dos polos es la tarea que quisiéramos no tener que hacer.
            Parece también que cada vez somos más curiosos. Al querer probarlo todo subyace la noción de la curiosidad intensa. De ahí que la muerte no sea algo oscuro y temible, sino una nueva gran aventura que también hay que probar.
            Más que valentía exacerbada los jóvenes tienen una filosofía de vida diferente. No tengo la explicación de por que los jóvenes buscamos el peligro y, con ello, arriesgamos nuestras vidas llegando a la muerte o, en otros casos, a restarnos parte de nuestra existencia sana. Lo que está en el fondo del problema es la perspectiva que tenemos de vivir y de morir, de amar y de ser, de avanzar y de retroceder. Nociones muy abstractas y que la Psicología no alcanza a elaborar, al menos, dentro de las corrientes tradicionales. Esto es algo que va mucho más allá de la conducta y los procesos mentales, pero los psicólogos estamos en la potestad y en la obligación de acercarnos a estos fenómenos humanos y advertir sobre el riesgo que acarrea que siga aumentando el riesgo. El último gran reto de la vida es llegar a la muerte y perder. Ganar en esa última batalla no es una opción, pero los jóvenes somos prematuros en esta búsqueda. Nuestras acciones de juventud nos llevan a encontrarnos demasiado pronto con la muerte, lo que puede ser explicado de muchos modos, pero a pesar de todo lo dicho anteriormente, yo creo que tenemos un gran miedo a ser sorprendidos por la muerte, a no estar preparados para ella y preferimos tener su control, antes que vernos vencidos por ella sin previo aviso.
            La frase “todo es posible”, tan popular en estos tiempos, causa mayor temor. Si bien todo lo que deseamos es posible, también todo lo que tememos lo es. El mayor riesgo que percibimos hacia el futuro es que lo que no queremos que suceda, ocurra y nos destruya, a pesar de los esfuerzos realizados. No confiamos en los recursos que tenemos, por muy poderosos que sean, pues sólo serán útiles si logramos ser tan poderosos como éstos.
            Creo que lo que nos motiva hoy en día a los jóvenes es la búsqueda de un tesoro. Un tesoro al estilo de los cuentos de hadas que ya no leemos ni queremos leer, pero que vive en nosotros por los tiempos pasados. Sabemos que ese tesoro nos va a dar la felicidad, pero no será fácil obtenerlo. En el camino tendremos que decidir en múltiples oportunidades y, como seres inmortales e imperfectos, tenemos la capacidad de ser buenos y malos, de construir y destruir, de amar y de odiar. Esta “multicapacidad” nos hace desconfiar de lo que somos y de lo que hacemos, ante la duda nos aferramos a la opción que nos ofrezca más ventajas, la que nos puede llevar a vivir intensamente y morir del mismo modo o a vivir con dudas y morir seguro. Elegir entre esos caminos siempre será la primera opción.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Meyer, S. (2009). Crepúsculo. (5ta ed.). México: Alfaguara.
Rowling, J.K. (2000). Harry Potter y la piedra filosofal. (13a ed.). España: Emecé.

jueves, 6 de mayo de 2010

Cambias tú, cambias el mundo

Es muy difícil para mí abordar uno de los tópicos de violencia estudiados, por eso decidí desarrollar el ensayo acerca de la importancia de esta variable en nuestro día a día. Esto suena a violencia cotidiana, pero quisiera pensar que lo que me dispongo a escribir tendrá una mínima relevancia para todo aquel que sea violento o intente serlo. Es una reflexión desde un ineludible punto de vista psicológico, pero también una visión como ciudadana y, por supuesto, como persona, el título que llevo con más orgullo.
Los seres humanos tenemos múltiples medios para expresarnos: Hablar, escribir, a través de gestos, movimientos, arte e, incluso, la violencia. Pero, ¿qué expresa la violencia? Dice el saber popular que “la violencia es el arma de los que no tienen la razón”. Yo difiero de ello, pues actualmente vemos personas que teniendo la razón se ven en la obligación de recurrir a estrategias que desafían los derechos de otros. Quizás hemos olvidado aplicar otro aprendizaje de la cotidianidad: “Hablando se entiende la gente”. Entre otras razones, este “olvido” puede tener como base el hecho de que la comunicación entre las personas se ha tornado compleja, lo cual es paradójico considerando la amplia gama de medios que han surgido para establecer contacto con otras personas de manera inmediata, sin importar la distancia: Desde los mensajes de texto, pasando por el correo electrónico, Facebook, Twitter y muchos otros que surgen día a día.
La comunicación está en la base de las relaciones, las que a su vez son la base de la sociedad y, por lo tanto, también de la humanidad. La esencia de las personas se engrandece cuando es compartida con los semejantes; sin embargo, también es importante entender que de las interacciones pueden surgir tanto elementos positivos como negativos, e incluso una combinación de ambos. Quizás seamos nosotros los que tengamos la potestad de decidir la ponderación que cada aspecto deba tener en nuestras vidas particulares, pero las repercusiones de los acontecimientos tienen un peso fundamental, de modo que si las consecuencias negativas sobrepasan al momento en el que tuvieron lugar y conducen a revivir momentos desagradables, nos sentimos indefensos, incapacitados y desesperanzados. Todo lo cual aumenta la probabilidad de actuar de modo inapropiado.
Las historias de finales tristes invaden la televisión, los periódicos y las noticias en general. Son las historias que más destacan, pues son a las que más tememos. No obstante, siempre hay algo que se puede rescatar. En el cuerpo “Siete días” de El Nacional del 11 de abril de este año, presentan la historia de un grupo de madres en Catuche que ha logrado disminuir los índices de violencia en la zona, la cual se enfrentaba a una guerra entre sectores vecinos que arrastraban una cadena de resentimientos transmitida de generación en generación. La iniciativa surgió de mujeres que no querían perder a los hijos que les quedaban. Las protagonistas señalan que la comunicación y la imparcialidad han sido dos aliados fundamentales para el logro de los objetivos pacifistas.
De esta historia exitosa destaca el que las madres hayan reconocido su contribución (indirecta) en la consecución de las riñas entre bandas, pues habían criado a sus hijos bajo el recuerdo de los asesinatos de familiares en tiempos pasados; asimismo, resulta importante la capacidad de resiliencia, en la medida que no esperaron soluciones externas (del gobierno) para detener el conflicto, sino que tomaron iniciativas autónomas, buscando el apoyo de redes que se encontraban insertas en la comunidad: Fe y Alegría, representantes del centro Gumilla y, recientemente, se han insertado grupos interdisciplinarios de profesionales que estudian el fenómeno.
Es loable que mujeres de escasos recursos económicos hayan logrado lo que el gobierno, con muchos millones y capital humano, no ha (siquiera) esbozado. Los jóvenes que antes apostaban la vida con los vecinos, hoy participan juntos en caimaneras y conviven diariamente como amigos. Lo que también resulta muy interesante es que hayan sido mujeres quienes buscaron los medios para aplacar la violencia, pues socialmente ellas también han sido maltratadas y víctimas de la violencia pública y privada.
Los grandes males de la sociedad están más cerca de lo que parecen. La crisis económica, los desastres naturales, el aumento de enfermedades mortales escapan de las manos de nosotros, personas sin poder político ni grandes cantidades de dinero. Del mismo modo, los mayores tesoros de la humanidad están insertos en cada uno de nosotros y en los que nos rodean. Culpar al gobierno y a las instituciones de los problemas de la sociedad es también violento, en tanto olvidamos la dosis de responsabilidad que cada uno tiene como ciudadano. Si los entes gubernamentales no cumplen con sus funciones, demos el ejemplo, tal como pone en evidencia el caso ya presentado.
La violencia se expresa como acción u omisión, en la que se hace daño no sólo hacia quien se dirige como tal, sino a los que se ven afectados indirectamente. El sólo hecho de ser testigo de violencia causa malestar, impotencia y sensación de vulnerabilidad.
¿Acaso se ha vuelto más fácil actuar de forma violenta que responder asertivamente? ¿Qué nos ha llevado a esto? No es mi intención responder las preguntas planteadas, pero sí hacer eco de lo evidente que resulta que estamos viviendo en contextos de violencia. Esto no se limita a los zonas de nivel socio-económico bajo, sino que es un problema que alude a todas los ciudadanos, independientemente de género, clase social, raza o creencia religiosa, lo que hace pensar en que todos somos vulnerables a ser víctimas o victimarios.
Si bien se han estudiado características que pudieran orientar acerca de las personas con más riesgo de ser víctimas de violencia, también es posible avizorar los potenciales victimarios (Magendzo, Toledo, Rosenfeld, 2004; Ortega, 2003; cp. Organización Panamericana de la Salud [OPS] y Agencia de Cooperación Técnica Alemana [GPZ], s.f.). Esta información resulta útil no sólo para ver en otros el riesgo latente o manifiesto, sino para hacer una revisión de nosotros mismos, identificando los rasgos que nos puedan llevar a actuar de modo violento.
Como futuros psicólogos, es muy relevante esta inspección interna, pues la realidad que nos rodea está muy cargada de elementos violentos, que si no son bien manejados, pueden conducirnos a actuar de modo similar. La profesión que elegimos podría implicar abordar estas problemáticas a nivel individual y comunitario, por lo que debemos fortalecer nuestros valores sobre el tema y abogar por una cultura de concientización, prevención y conocimiento que, si bien no va a solucionar el problema por sí sola, es un aporte que podría derivar en un ciclo que se mueva de modo contrario al de la violencia.
Esto es, si la violencia es un ciclo, creo que una manera de afrontarla es con otro ciclo. Con uno inverso en el que priven las normas, la denuncia legítima, los valores y la educación. Esto no quiere decir que se deba negar el problema. Todo lo contrario, la violencia tiene una aparente funcionalidad para la vida, para quienes no conocen otros esquemas de comportamiento. Es la expresión de algo que no se puede manifestar en palabras o a través de otros medios. Ser responsables ante el uso de nuestros recursos personales en cuanto a proporcionalidad y adecuación en tiempo y espacio implica un entrenamiento, al igual que el desarrollo de dichos recursos.
Con esto quiero decir que no hay seres humanos que sean totalmente buenos o totalmente malos. En el primer caso, se trataría de personas que atentan contra sí mismos, pues la perfección hacia el exterior tiene de base sufrimiento interior. Y, ser totalmente malo es tan patológico como insostenible a lo largo del tiempo. Somos una combinación de tantos elementos como partículas en el universo. La violencia no es legítima en ningún sentido, pero creo que es importante reflexionar sobre su permanencia en el tiempo, la cual, desde mi punto de vista, sólo se ha mantenido porque nunca ha desaparecido, como nunca lo ha hecho la maldad en el mundo, representada por diversos personajes o eventos.
La violencia puede ser concebida como una excusa para fortalecernos como personas, no como guerreros que responden con un acto violento aún más fuerte, sino que ante este hecho, la respuesta debe ser de no tolerancia, pero también de comprensión ante dicha conducta. ¿Será que quien la lleva a cabo no sabe que hay otros modos de comportarse? Predicar con el ejemplo es el mejor antídoto ante lo negativo.
Si la violencia se presenta en tu camino, cambia el ciclo, cambia el esquema de quien te ha hecho daño. De ese modo, surgirán sentimientos de vergüenza y culpa en el otro, a quien invitas implícitamente a reflexionar sobre su conducta inadecuada. Aún en situaciones desbordadas por la violencia, como la de las madres de Catuche, la comunicación ha sido efectiva, por lo que la vida nos exige recuperar espacios, empezando en el campo de acción que cada uno de nosotros posee, en el que día a día nos enfrentamos con una realidad que nos aturde y que podemos cambiar haciendo uso de nuestros recursos humanos.
Estamos acostumbrados a defender la vida y no a dar la vida por lo que somos y lo que queremos. La esperanza no es espera inactiva, sino transformación y dinamismo que puede generar miedo e incertidumbre, pues implica riesgos y renuncias, pero también aprendizajes y ganancias. Los ciclos son eternos sólo cuando los asumimos como inamovibles, y vivimos en función a ello. La dinámica de la sociedad empieza por las acciones pequeñas de los individuos. Por eso, cuando tú empieces a cambiar, empezarás a cambiar tu mundo.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
González, D. (2010, Abril 11). Escudo contra la violencia. El Nacional, pp. 1-2.
Organización Panamericana de la Salud, y Agencia de Cooperación Técnica Alemana (s.f.). Estado del arte de las experiencias y proyectos de prevención de la violencia en los ámbitos escolares. Recuperado en Marzo 23, 2010, de Material de la cátedra de Asesoramiento Psicológico.