Vivir ya es un riesgo. Más si a ello le agregamos las dificultades de una ciudad como Caracas, y de un país como Venezuela. También hay que asumir que en la adolescencia y en la adultez nos exponemos mucho más. ¿Por qué? Si se supone que a esa edad tenemos mucho más que perder: La vida entera por delante, los planes del futuro, el novio, los amigos y, por supuesto, la familia. En este período de la vida es cuando quedarían más asuntos inconclusos. No es que la vida de un anciano sea menos valiosa, todas son valiosas, pero resulta curioso que siendo jóvenes tengamos tan poco apego a la vida. Las siguientes líneas las dedico a distintas hipótesis sobre este interesante hecho.
Los jóvenes estamos en la edad de vivir. Vivir puede tener distintos significados. Parece que hoy en día se tiende a equiparar la vida con experimentar, probar todo lo que sea posible, sin límites ni restricciones. Ante el aumento en la expectativa de vida, parece que nos hemos confiado y tenemos la sensación de que la vida es más resistente, como si tuviéramos una capa de inmunidad y, por lo tanto, podemos arriesgar más. ¿Cómo arriesgamos? De muchas formas diferentes: Consumo de sustancias, delincuencia, relaciones sexuales prematuras y/o sin protección contra las enfermedades y el embarazo, alimentación y nutrición inadecuada, y más.
Podría ser que actualmente no haya tanto un afán por vivir muchos años, sino por vivir intensamente. No importa si la vida se agota después de un gran placer. La cultura de la humanidad se deja ver en sus creaciones, por ejemplo, los libros. La saga Crepúsculo de Stephenie Meyer (2009), sobre el romance entre un vampiro y una mortal deja claro que el amor está sobre todo lo demás, incluso sobre la vida. Bella, la protagonista, prefiere morir a vivir sin Edward, el vampiro principal de la historia. Si él no está no quiere la vida, pero con él desea la eternidad. ¿Será que eso nos pasa a los jóvenes de hoy en día? ¿Qué nos hace falta para querer vivir por siempre?
En otra de las sagas exitosas de los últimos tiempos, Harry Potter, en su primer libro (Harry Potter y la piedra filosofal, 2000) queda claro que la inmortalidad puede estar al alcance de la mano (en la piedra filosofal), pero nunca será suficiente para ser feliz, y es así como la piedra es destruida.
Tal vez preferimos la muerte a una vida de dolor y sufrimiento. Cada vez vemos y escuchamos con más frecuencia expresiones que reflejan nuestra intolerancia a la tristeza y al malestar. “No llores”, “no sufras, vamos a celebrar ese divorcio.”, “nada malo va a ocurrir, todo va a salir bien”. ¿Por qué nos empeñamos en negar lo que está presente y no queremos? Puede ser, efectivamente, que después de una gran tormenta venga la calma, pero nadie tiene garantías de que así va a ser y, en todo caso, de esos aspectos difíciles de la vida también se puede aprender mucho. Quizás eso me remite directamente a uno de mis conceptos psicológicos favoritos: Resiliencia.
La búsqueda del placer como centro de nuestras vidas nos conduce a vivir de la fantasía. Vivir de la fantasía es vivir de una mentira, de algo que no es, aunque resulte cómodo, pues posterga la toma de decisiones y la necesidad de asumir responsabilidades y roles. Afrontar la realidad, la verdad del día a día, requiere esfuerzo, pues las verdades siempre tienen dos caras: Una hermosa y otra terrible. Equilibrar estos dos polos es la tarea que quisiéramos no tener que hacer.
Parece también que cada vez somos más curiosos. Al querer probarlo todo subyace la noción de la curiosidad intensa. De ahí que la muerte no sea algo oscuro y temible, sino una nueva gran aventura que también hay que probar.
Más que valentía exacerbada los jóvenes tienen una filosofía de vida diferente. No tengo la explicación de por que los jóvenes buscamos el peligro y, con ello, arriesgamos nuestras vidas llegando a la muerte o, en otros casos, a restarnos parte de nuestra existencia sana. Lo que está en el fondo del problema es la perspectiva que tenemos de vivir y de morir, de amar y de ser, de avanzar y de retroceder. Nociones muy abstractas y que la Psicología no alcanza a elaborar, al menos, dentro de las corrientes tradicionales. Esto es algo que va mucho más allá de la conducta y los procesos mentales, pero los psicólogos estamos en la potestad y en la obligación de acercarnos a estos fenómenos humanos y advertir sobre el riesgo que acarrea que siga aumentando el riesgo. El último gran reto de la vida es llegar a la muerte y perder. Ganar en esa última batalla no es una opción, pero los jóvenes somos prematuros en esta búsqueda. Nuestras acciones de juventud nos llevan a encontrarnos demasiado pronto con la muerte, lo que puede ser explicado de muchos modos, pero a pesar de todo lo dicho anteriormente, yo creo que tenemos un gran miedo a ser sorprendidos por la muerte, a no estar preparados para ella y preferimos tener su control, antes que vernos vencidos por ella sin previo aviso.
La frase “todo es posible”, tan popular en estos tiempos, causa mayor temor. Si bien todo lo que deseamos es posible, también todo lo que tememos lo es. El mayor riesgo que percibimos hacia el futuro es que lo que no queremos que suceda, ocurra y nos destruya, a pesar de los esfuerzos realizados. No confiamos en los recursos que tenemos, por muy poderosos que sean, pues sólo serán útiles si logramos ser tan poderosos como éstos.
Creo que lo que nos motiva hoy en día a los jóvenes es la búsqueda de un tesoro. Un tesoro al estilo de los cuentos de hadas que ya no leemos ni queremos leer, pero que vive en nosotros por los tiempos pasados. Sabemos que ese tesoro nos va a dar la felicidad, pero no será fácil obtenerlo. En el camino tendremos que decidir en múltiples oportunidades y, como seres inmortales e imperfectos, tenemos la capacidad de ser buenos y malos, de construir y destruir, de amar y de odiar. Esta “multicapacidad” nos hace desconfiar de lo que somos y de lo que hacemos, ante la duda nos aferramos a la opción que nos ofrezca más ventajas, la que nos puede llevar a vivir intensamente y morir del mismo modo o a vivir con dudas y morir seguro. Elegir entre esos caminos siempre será la primera opción.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Meyer, S. (2009). Crepúsculo. (5ta ed.). México: Alfaguara.
Rowling, J.K. (2000). Harry Potter y la piedra filosofal. (13a ed.). España: Emecé.






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