A propósito de la Psicología Positiva, me di cuenta que la Psicología sigue dando sorpresas. No es que llegar a quinto año de la carrera me diera la sensación de saberlo todo, sino que creía conocer una partícula de cada área de la Psicología. Reconozco que no me había cuestionado la visión clínica que enfatiza el sufrimiento, la patología y los aspectos oscuros del ser humano, porque, de hecho la idea más extendida sobre esta ciencia, entre los “no-psicólogos”, tiene que ver con su vinculación con los enfermos mentales. Sin embargo, hoy en día me pregunto cómo fue que llegué a Psicología si yo tenía una idea totalmente errada sobre ésta (yo era una de las que pensaba que se dedicaba, exclusivamente, a atender a las personas en psiquiátricos o con problemas muy graves) y lo que me interesaba (antes de decidir qué estudiar) era descubrir por qué la gente se comporta como se comporta. Una pregunta tan amplia como compleja. Ahora que conozco, parcialmente, a la Psicología Positiva me parece haber descubierto una nueva disciplina.
Desde mi punto de vista, no creo que la Psicología Positiva sea un nuevo paradigma para entender la salud y la enfermedad mental. Si por paradigma entendemos, lo que Kuhn, en su obra “La estructura de las revoluciones científicas” (1962), definió como tal: El paradigma coordina y dirige el planteamiento y solución de problemas, es el modo de hacer ciencia, pues coordina la investigación, constituyéndose en el soporte de la ciencia normal. En este sentido, la Psicología Positiva no ha derivado en una “revolución científica”, y creo entender que no es su intención. La Psicología Positiva ha tomado la base científica de la disciplina para aplicarla a un área que, si bien había sido estudiada, no se había enfocado bajo los cánones metodológicos que una ciencia exige.
Los estudiosos de este tema la definen como una rama de la Psicología (Gancedo, s.f.; Vera-Poseck, 2006, 2008). Incluso, Vera-Poseck (2006) declara firmemente que no se trata de un movimiento filosófico ni espiritual. Es importante hacer esta aclaratoria, ya que es fácil confundirla con movimientos metafísicos que carecen de base científica. La historia demuestra que los humanistas, sin lugar a dudas reconocidos como representantes de la Psicología, han tenido que soportar ser equiparados a las corrientes dogmáticas de autoayuda de origen dudoso.
De ahí que, en mi opinión, los psicólogos positivos no requieran características especiales para ser considerados como tal, más allá de las que debe tener cualquier otro profesional de esta disciplina. En este punto pueden encontrarse desacuerdos, ya que hay opiniones diversas sobre los rasgos que un psicólogo debe tener. Según, Guy (1987; cp. Feixás y Miró, 1993), los psicoterapeutas deben estar interesados en las personas y tener curiosidad sobre sí mismos, ser capaces de escuchar, de conversar, de querer a alguien, de sentir empatía y comprensión, poder registrar emociones y poder reírse en momentos oportunos, tener capacidad introspectiva y de autonegación, tolerancia a la ambigüedad y a la intimidad.
Estoy absolutamente de acuerdo con el autor citado. Los psicólogos, por la naturaleza del trabajo que realizan, deben ser personas que crean en los cambios, que sean sensibles y empáticas, capaces de reconocer a otro y, a la vez, tienen que ser muy fuertes, pues se tendrán que enfrentar a situaciones difíciles en las que será necesario tomar decisiones y reflexionar sobre el otro. Es cierto que cuando alguien se dedica a un área particular, consciente o inconscientemente, están influyendo aspectos de su personalidad, por lo que se podría pensar que quienes asuman la Psicología Positiva deben tener intereses particulares. Sin embargo, Seligman (1942-) es ejemplo de la diversidad que puede esconder una misma persona. Siendo el principal propulsor de la Psicología Positiva, ha trabajo sobre indefensión aprendida, optimismo, pesimismo y depresión. Temas muy diversos, quizás complementarios, pero que hablan de la complejidad de la Psicología y del ser humano. En alguna medida, esta visión de la que parto tiene que ver con mi formación en una Escuela que estimula la integración y la integridad del psicólogo.
A su vez, llevar a cabo estudios de Psicología (ciencia sin lugar a dudas) en una universidad católica, puede ser considerado contradictorio, por la posible incompatibilidad de las teorías científicas y los postulados de fe. No obstante, me parece importante rescatar que ambas coinciden en un profundo reconocimiento de la persona. La filosofía de la universidad incita al trabajo comunitario, en el que se pueden encontrar múltiples dificultades, pero el que también es escenario ideal para ser testigo de la resiliencia y experimentar emociones positivas, como la alegría, el agradecimiento y la esperanza.
Lo cierto es que para vivir dichas emociones no es necesario realizar trabajo comunitario. Las emociones positivas generan bienestar físico y mental, siendo relativamente fáciles de lograr. En cada buena acción se pueden estimular estas sensaciones. Al llevar a cabo conductas tan sencillas como hacer reír, ofrecer ayuda, responder una pregunta, advertir sobre un suceso o compartir una idea, pueden abrirse múltiples caminos para sentirse bien. Por excelencia, el altruismo es considerado una buena acción, pero creo que es mejor definirlo como una alternativa para sentirse feliz, porque aún sin recibir beneficios directos, cuando se actúa a favor de otro se obtiene una sensación de humanidad, la cual es provocada por el agradecimiento del otro, quien lo puede expresar a través de un gesto o una palabra.
Creo que la Psicología Positiva es y debe ser una rama de la Psicología que influya en todas las demás. Desde mi perspectiva, la Psicología Positiva brinda la posibilidad de ver los aspectos saludables de quienes nos rodean y de nosotros mismos. La visión de persona tiene que comprender lo bueno y lo malo, porque eso implica ser realista. La Psicología, como ciencia de la conducta y los procesos mentales, no puede caracterizarse por patologizar todo cuanto mira. Sin conocer la salud, ¿cómo podemos curar la enfermedad?
La salud es tan importante como la patología, se complementan en alguna medida. Sin embargo, estudiar la enfermedad sin considerar la salud es como querer definir el frío sin comprender el calor, o intentar hablar de la oscuridad sin hacer mención de la luz. Los psicólogos, como científicos, deben integrar las nociones de salud y enfermedad para llegar a conclusiones cada vez más acordes a la realidad social e individual.
Una vez que se conocen las “dos caras” de la Psicología, (que podrían denominarse de modo incorrecto, pero simple, positiva y negativa), podría interpretarse que el énfasis tradicional en la patología responde, al menos en parte, a miedo a ser descalificados como disciplina científica si se enfocaran en el crecimiento personal y los estilos de vida saludables. A lo largo de muchos años, estas temáticas han sido dominadas por grupos no científicos que han desvirtuado la importancia de estos contenidos, que siendo estudiados a través de metodología científica podrían generar conocimiento valioso y que, incluso, podrían desmontar mitos bien establecidos en la sociedad, como el de “piensa positivo y te irá bien”, que sin dejar de ser correcto se ha impregnado de cierto matiz mágico que genera rechazo entre los científicos.
Aunque los objetos de estudio de la Psicología Positiva están presentes en la conducta diaria, yo temía ponerlos en práctica en contextos psicológicos, pues creía que podía ser considerado poco apropiado o descontextualizado. Conocer la Psicología Positiva me estimuló a pensar libremente en la importancia de fortalecer a los individuos en sus potencialidades, en promover el bienestar a través de la felicidad y el optimismo, aún cuando se esperen o se estén experimentando situaciones difíciles, pues la resiliencia representa la esperanza ante las crisis. Empiezo a entender que la ciencia que no genera beneficios para la sociedad es inútil. El bienestar humano, por muy escaso que sea, siempre conlleva a mejores estados que su extinción total.
Las acciones de bien lo reproducen en quien la lleva a cabo y en quien la recibe, pues favorecen estados de agradecimiento, optimismo, alegría e, incluso, sorpresa. San Agustín (345-439) decía “da lo que tienes para que merezcas recibir lo que te falta.” No hay justificación para no ser practicante de la Psicología Positiva, porque todos tenemos algo que ofrecer. Si alguien creyera que no es así, necesitaría un psicólogo, pero no por ser un potencial etiquetado con categorías del DSM-IV-TR (lo que suelen llamar “loco”), sino por la falta de conciencia en sus recursos y potencialidades. Eso demuestra que la Psicología está completa, ahora que incluye a la Psicología Positiva.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Feixás, G., y Miró, M.T. (1993). Aproximaciones a la psicoterapia: una introducción a los tratamientos psicológicos. Barcelona: Biblioteca de psiquiatría, psicopatología y psicosomática.
Gancedo, M. (s.f.). Virtudes y fortalezas: el revés de la trama. Psicodebate 7. Psicología, Cultura y Sociedad. 67-80.
Kuhn, T.S. (1962/1975). La estructura de las revoluciones científicas. México: Fondo de Cultura Económica.
Vera-Poseck, B. (2006). Psicología positiva: una nueva forma de entender la Psicología. Papeles del Psicólogo, 27(1), 3-8.
Vera-Poseck, B. (2008). Introducción a la psicología positiva. Delimitación del campo de estudio. Material de la cátedra de Asesoramiento Psicológico.






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