Me gusta comer. Y asumiendo el riesgo de que se interprete este comentario: Me gusta comer dulce. Yo podría sustituir fácilmente un plato de carne y arroz por un trozo de pie de limón. Yo creo que es mi necesidad de afecto lo que me incita a preferir este tipo de alimentos. Pero es que en mi casa, desde que yo era niña, el momento de comer es el momento de compartir, de hablar, de escucharse y de estar en familia. No hay reunión familiar que no implique comer, picar y/o tomar algo. Bueno, quizás estoy generalizando, pero en toda mi familia es así.
También está todo lo que tiene que ver con salir con alguien. Yo me he planteado que no puedo salir con alguien si no estoy dispuesta a comer, lo cual puede ser todo un dilema: ¿y si no quiere comer donde a mí me gusta?, ¿y si elijo un lugar inadecuado?, ¿muy costoso?, ¿muy barato? Y así miles de preguntas que invaden mi cabeza cuando pienso en que voy a estar con otra persona.
La comida habla de nosotros, así como habla de nosotros nuestra forma de caminar, de escribir y de hablar. No es lo mismo pedir una ensalada que una hamburguesa, y no es lo mismo pedir un refresco light a un jugo de frutas. Típico pensamiento de estudiante de Psicología: a través de lo que hacemos, decimos y pensamos expresamos mucho más de lo que creemos y de lo que le parece al mundo en general.
Como era de esperarse, mi relación con la comida me ha generado problemas en mi casa. Eso de preferir el dulce antes que lo salado, creer que a través de la comida la gente se expresa y definirla como algo que nos une como familia, resulta perturbador para todos los que me rodean en casa, a quienes las nociones psicológicas le suenan a cuento chino.
Sin embargo, durante mi infancia mis papás reforzaron esta manera peculiar de relacionarme con la comida. Por ejemplo, cuando estaba en primaria comía poco, entonces mis papás decidieron que cuando llegara del colegio me comiera un plato de fruta y, después, el plato de comida. Eso funcionó hasta que yo me cansé de la fruta. Durante otra época de mi vida no quería desayunar, no me comía lo que me mandaban, entonces antes de dejarme en el colegio me hacían comer cuadritos de queso blanco. Lo mantuvieron hasta que se acabó ese año escolar, y después se les olvidó. Finalizando el bachillerato detestaba desayunar, me daban náuseas y podía pasar toda la mañana sin probar bocado. Ahora me doy cuenta que era síntoma claro de que estaba enamorada y muy nerviosa por la cercanía del objeto de mi amor. Mis amigas del bachillerato solían comprar galletas Oreo y Ruffles que compartían conmigo, lo cual me parecía agradable.
Aún más curioso es que durante esos últimos años de colegio, mi mamá se tomó la tarea (por algunos meses) de mandarnos (a mi hermana y a mí) a la hora del recreo una arepa recién hecha. Posteriormente, incluyó en la lista al que era mi novio en ese momento. En esta conducta se deja ver el nivel de consentimiento al que llegó mi mamá con el objetivo de que sus hijas comieran.
Y hasta cuarto año de la carrera mi mamá se levantó antes de las 5 de la mañana para prepararme una arepa de desayuno. Honestamente, llegué a detestar la arepa en la mañana y le pedí que no lo hiciera más. Para mí fue muy doloroso decirle que ya no quería que hiciera esto por mí, pero para ella fue aún peor, pues representó una ofensa, se deprimió mucho y afectó nuestra relación madre-hija.
Creo que nunca había pasado revista a las implicaciones de la comida en mi vida familiar. Me parece que tiene que ver con todo lo que soy, con lo que he dejado de ser y con lo que quiero ser. Tiene que ver con los dilemas de mi vida: amar-no amar, independencia-dependencia, mujer-niña. La comida, además, es un arma de rebeldía contra mis padres, quienes en la actualidad la ofrecen como su obra maestra, pero en el pasado fue un arma de castigo: “no te levantas hasta que te lo comas todo.” Nunca funcionó, porque mi tía o mi abuela siempre me ayudaban a zafarme de los alimentos que no consumía, lo cual (nuevamente) demuestra el grado de consentimiento que llegué a disfrutar.
También recuerdo que mi relación más cercana en la primera infancia fue con mis abuelos maternos, a quienes llegué a llamar “mamá” y “papá”. Mi abuela no me servía comida, porque yo no me la comía, entonces ella servía su plato, mientras yo le confirmaba que no iba a comer, pero cuando la veía a ella le decía que quería probar y terminaba siendo dueña del plato que supuestamente era de mi abuela. Con mi abuelo “cocinaba”, bueno él decía que mi hermana y yo lo ayudábamos, pero lo que hacíamos era acompañarlo mientras él cortaba todo y nos daba de probar. Esas primeras relaciones, aún hoy, son de vital importancia para mí. Mi abuelo murió, algo que a pesar de los años creo que no he logrado integrar a mi vida. Mi abuela sigue viva y siento que mi relación con ella es más sólida que con mi verdadera mamá.
Creo que todo esto me hace pensar que la comida ha sido alimento para el alma. Frase cursi, pero que resume la importancia de este recurso que es necesario para la vida, pero mucho más allá de la supervivencia al estilo de Darwin. La comida me ha dado la posibilidad de establecer, mantener y terminar relaciones importantes en mi vida. La comida es un medio para vincularse y también un elemento de transición. Mi vida sin la comida es mi vida sin mi familia. Nunca había vinculado de manera tan directa estos dos aspectos, estas dos necesidades: la familia y la alimentación.
Comer en familia es darse un abrazo implícito, halagar la receta de otro es alabar el talento para producir algo que se ofrece, y cocinar es la muestra de que quieres brindar algo de ti a alguien más. Comer es un placer, pero aún más placenteras son las consecuencias del comer, que van asociadas a la vida en interacción. Esto pone en perspectiva el riesgo que implica el comer, pues desde el punto de vista que lo planteo, comer es una actividad tan gratificante que bien valdría la pena hacerse adicto a la misma. Entonces, me pregunto si eso sería posible y me respondo que no, porque la vida se enriquece a través de múltiples momentos y, si bien la hora de la comida ofrece la oportunidad de vincularse y enriquecerse compartiendo con otros, la vida brinda otras ocasiones para ello. La labor diaria de cada uno de nosotros debe orientarse a reproducir estos instantes de dicha y bienestar. Si no es así, creo que los psicólogos estamos allí para ayudar, para hacer de las personas seres menos orales, algo que suele verse con malos ojos en el mundo de la Psicología, pero que forma parte del día a día y puede que sea tan importante como las características anales o histéricas.
Quisiera que con estas reflexiones pudiera asomarse la posibilidad de que ser “oral” desde el punto de vista psicológico no implica tener una personalidad inferior o menos estructurada, sino que es una parte de nosotros que debemos cultivar. En este sentido, toda personalidad requiere un espacio oral, anal, fálico, que en conjunto logre integración consistente y estable. El riesgo que asumo es el de ser considerada primitiva y regresiva, pero prefiero vivir en zigzag que en una línea recta, y para ello necesito de la comida y de todo lo que trae consigo este recurso vital, recurso que me ha acompañado y que me ha llevado a entender que mi objetivo no es comer para vivir, sino vivir comiendo.






3 comentarios:
Jaja debes venir de una familia Europea: Española, Portuguesa o Italiana, esas que le dan tanta importancia a la comida! Pero eso se enmarca en una tradición que como bien señalas va mas allá del acto mismo de comer, que envuelve una conversación, un compartir que se liga con alimentos y bebidas, una excusa para reunirse! No por tener tradiciones y preferencias eres mas regresiva, hay cosas que si las analizas en contexto dejan de ser incompatibles con ese "deber ser".
Qué delicia de texto! (Valga mi adjetivo alimenticio, jeje..)Me identifiqué con muchas de tus líneas ya que en mi flia los afectos han tenido un gran nicho en las comelonas. Aunque esto ya es bien sabido por nuestra disciplina, en algunas personas se hace más evidente, como en tu caso y en el mío. En el momento en que hice consciente esta díada, entendí que nuestros hábitos de consumo (incluso más allá de la comida) pueden editarse, mejorarse y asimilarse al igual que nuestra manera de recibir y expresar el afecto. Para mi, otro tema ligado a este ha sido aprender a cocinar.. a ver si me animo a escribir sobre esto. Cariños, SUE
Gracias por sus comentarios. He estado un poco desconectada del blog. Espero "reconectarme".
Saludos.
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