lunes, 29 de marzo de 2010

Lo confieso, he sido Summer



¡Disculpa! Le debo disculpas a todo el que haya conocido. Porque queriendo y sin querer les he hecho daño: Por ser lo que soy, por ser lo que no soy, por hacer y por dejar de hacer. La convivencia nos hace y nos deshace. Y yo no sé qué hacer para disculparme con todos. Quizás deba empezar por dejar de hacer, aunque el dolor más intenso, generalmente, es causado por la omisión, y la acción más difícil es la que se tiene que dejar de realizar. 

Así como he lastimado, también me han lastimado. A veces he perdonado, pero no siempre. No se puede entregar todo. Entre esas cosas que uno se puede dar el lujo de conservar está la potestad de perdonar o no, de olvidar o no, que son dos nociones que se relacionan, pero no se acompañan siempre. Si perdonas y olvidas, ¿dónde queda aprender de la experiencia? Me niego a olvidar y me niego a olvidar que debo mucho. 

Y si debo un montón, también he perdido. Desde los efímeros útiles escolares hasta personas valiosas que han pasado de ser "amigos" de Facebook© a nada, de ser un “nosotros” a ser un “tú”, un “él”, un “ella”… un “yo”. No estoy preparada para las despedidas y quizás por eso, en parte, cometo tantos errores en los cierres.
Antes de terminar una etapa siempre idealizo demasiado la siguiente, pero soy la misma persona que se enfrenta a circunstancias diferentes, uso las mismas herramientas del pasado, me muevo con los mismos rasgos de personalidad, con las mismas defensas primitivas (que Freud describiría como propias de la histeria) y con la misma necesidad de no necesitar.
No me gusta pedir. No quiero necesitar. No quiero depender. En el fondo, pido, necesito y dependo. Sobre todo, dependo. Dependo de mi energía, de mi fuerza de voluntad, de mi absurda personalidad, de lo que sé y de lo que no sé, de ti, de ustedes, del clima, del país en el que vivo, del dinero que tengo en el bolsillo y de lo que encuentro y de lo que no.
Disculpen mis errores, pero especialmente mis transitorios estados de sabiduría en los que les he hecho pensar que soy alguien importante y buena para algo. No esperen mucho de mí, pues mi humanidad me sobrepasa y me hace absolutamente imperfecta e incapaz para un sinfín de actividades, experiencias, estímulos, retos y conflictos.
            Discúlpenme por parecer algo que no soy y por ser lo que soy. No puedo prometer que voy a cambiar y van a ser felices, mi ética me lo impide, sólo puedo hablar de las altísimas probabilidades de que mañana sea una repetición del hoy. El mundo sólo cambia cuando las personas lo hacen. Eres una persona, cambia y el mundo te seguirá.

sábado, 27 de marzo de 2010

Lo que hago en familia, lo hago en terapia: Terapia familiar

Entender una familia no es fácil. Ni siquiera los miembros de la familia se entienden. Creo que por eso la Psicología ha tenido una especie de resistencia para asumir esta temática. Por ejemplo, en la carrera hasta cuarto año la familia no es tema de estudio, más allá de mencionarla y considerarla una de las variables que influye sobre los individuos. Y es en el último año cuando se puede decir que la familia es un tema a tratar: En el segundo semestre de Asesoramiento Psicológico. Lo incoherente de esto es que todos tenemos la experiencia (real o imaginada) de una familia y, por lo tanto, todos hemos tenido conflictos (reales o imaginarios) con la familia. De ahí puede surgir el problema, en la medida que estudiar otras familias implica entender la propia, lo cual puede resultar ¿invasivo?, ¿“psico-perturbador”?, ¿difícil? o, incluso, una experiencia enriquecedora.
La familia es el entorno ideal para aprender a solucionar problemas, tomar decisiones y comunicarse. Tres elementos que en el transcurso de la vida siempre nos acompañan. En el entorno familiar, las personas pueden aprender y ensayar conductas, conocer esquemas de pensamiento y expresar emociones. Entonces, la familia da la oportunidad de desarrollar herramientas muy importantes para la vida. He aquí uno de los tantos problemas, la familia te conoce con tanta profundidad que puede destruirte o construirte.  
Las familias no reciben manuales de cómo hacer un buen trabajo. En algún momento me planteé escribir un libro sobre qué hacer ante la muerte de un familiar, quizás lo haga, pero hay tantas variantes, posibilidades y detalles en este aspecto tan específico que probablemente tarde varios años en dar forma a esta idea que puede ser tan instrumental como absurda.
Cada familia es única, como cada persona es única. Es una frase cliché, pero a pesar de las muchas veces que la hemos podido escuchar, no actuamos en consecuencia. Comparar a dos hermanos es, en sí mismo, una injusticia, porque la diferencia de edad los ha hecho vivir en dos familias. Si eso es así, ¡cuánta injusticia hay cuando comparamos a dos personas sin lazos de sangre!
                Los psicólogos se jactan de ser los profesionales que reconocen las diferencias individuales y no es que no lo sean (que, ciertamente, a veces actúan de modo contrario), sino que deberían ser los profesionales que promuevan el reconocimiento de estas diferencias en contextos amplios y diversos. Es decir, debería darse más cabida al trabajo social y comunitario de los psicólogos, lo que les permitiría psicoeducar. Es paradójico que sea yo la que proponga la expansión del trabajo social y comunitario, porque abiertamente he expresado mi dificultad en este tipo de tareas. Sin embargo, no es difícil darse cuenta lo importante que es acercarse a otros desde una perspectiva abierta, en la que si bien se reconocen sus características idiosincráticas y únicas, también es necesario comprender como un todo a ese individuo que es lo que es por las relaciones interpersonales, empezando por el primer vínculo, el de la familia.
                La película Precious trata sobre una muchacha que se ha desarrollado en una familia. Bueno, no sé si eso era una familia, pero para ella lo era, porque era lo único que conocía. Un padre que la violaba y del que tuvo dos hijos, uno de ellos con Síndrome de Down. Una madre que la odiaba, porque le dio dos hijos a su esposo. Se dan una cantidad de situaciones de muy difícil manejo. En ningún momento aparece la figura del psicólogo. Cuando salí de la sala de cine, registré mi sensación de tristeza e impotencia ante esa historia. Una historia que no culmina, no hay final feliz, no se casan los protagonistas, como el cine comercial nos ha acostumbrado. Y después me molesté, dije: “Claro, cómo se van a resolver todas esas situaciones si no hay psicólogo.” Para luego entender que los psicólogos han sido lentos al asumir el enfoque familiar como parte de su labor. Un paciente (y cualquier otra persona) es lo que es por las relaciones interpersonales que ha tenido y tiene (Llorens, 2008). Si cada uno de nosotros viviera en un mundo aislado, las preocupaciones serían otras o, quizás, no tendríamos preocupaciones, pues nos habríamos acostumbrado a vivir solos. Sin embargo, el mundo cada día exige que seamos más activos en nuestras labores, más arriesgados en las decisiones que tomamos y más multifacéticos en nuestros roles, lo cual puede ser tan enriquecedor como destructivo.
Sobre este aspecto creo que existe una gran paradoja, pues el mundo actual no sólo hace un llamado incesante hacia la acción, sino que también transmite rechazo hacia la soledad, pero no incita a la interacción. Para mí, ello explicaría parcialmente el éxito de las redes sociales como Facebook© o Twitter©, que permiten sentirse rodeado de otros aún cuando éstos no estén presentes físicamente. Yo no estoy en desacuerdo con las redes sociales, de hecho, las uso con bastante frecuencia, pero sí me alarman las posibles consecuencias a largo plazo que pueda tener un mal manejo de lo que significa la conexión virtual. Sin duda, empoderan al usuario al darle la potestad de decidir cómo y cuándo las usa, así como con quién las comparte. Según el ciclo de vida de la persona, estas herramientas virtuales se usan de un modo u otro. En ellas es posible crear una nueva familia, que puede o no incluir a la real. En muchas ocasiones, los jóvenes evitan incluir a sus padres en su ciber-mundo, lo cual sugiere que necesitan espacios privados, en los que puedan conducirse sin percibir la mirada supervisora de sus cuidadores. Esto abre un mundo de posibilidades que pueden ser tanto positivas como negativas, dependiendo del estilo que cada uno tenga para manejarse en estos espacios. Entonces, aunque la sociedad rechaza implícitamente la soledad y el sufrimiento, también busca indirectamente porciones limitadas de estos elementos. Las personas y, por lo tanto también, las familias son muy diversas y complejas. En esta diversidad y complejidad nos encontramos con potencial para el bien y para el mal.
                Precious es una de las tantas historias en las que la familia es un factor de riesgo. La familia es un entorno en el que estamos tan inmersos que somos igualmente vulnerables a ser los afectados o los que afectan. Si la familia te destruye, tú la destruirás a ella, ya sea a través de acciones u omisiones. Así ocurre en casi todas (por no decir todas) las relaciones en las que formamos parte en nuestras vidas, porque no estamos entrenados para ser perfectos, sino para equivocarnos y con ello, asumir las consecuencias de los errores. Lo difícil es aceptar que otros se hayan equivocado y, mucho más, si quienes lo hicieron mal son nuestros propios padres, las personas que nos dieron la vida. Es inevitable. Los padres se equivocan y los hijos también. Sólo puedo hablar desde mi posición de hija y lo mucho que he recriminado a mi familia de que no lo hicieron bien, que mi dieron demasiado y que eso me hizo esperar demasiado de la vida; pero desde mis prácticas de Psicología me he dado cuenta que es igual de incorrecto el déficit en lo que los padres ofrecen a su descendencia
                También tiene que ver con qué se da y qué se deja de dar. A Precious le dieron golpes, obligaciones, maltrato, abuso… Dos hijos y un diagnóstico de VIH positivo. No le dieron amor, espacio para crecer, educación, comunicación adecuada, herramientas para la vida y, por qué no reconocerlo, también lo material es importante. Es en estos casos cuando podríamos hablar de resiliencia, la cual parece asomarse en la historia a través de una figura de apoyo, una maestra que contiene y soluciona. Dos de las funciones primordiales que podríamos esperar de una madre. Y esto nos podría llevar a definir qué es una madre, qué es un padre, qué es un hermano.
                Mi experiencia personal haría que las definiciones se distorsionaran mucho. Por eso, sólo quisiera invitar a pensar en qué orden los definiría cada uno y por qué. Algunos autores señalan que nos proyectamos en todo lo que hacemos, incluso en actividades sencillas como escribir, (Nanot, 1968), entonces no debería extrañarnos que elegir un orden entre los miembros de la familia diga algo de lo que somos, de lo que ellos mismos han hecho de nosotros y que hemos adaptado según nuestros rasgos de personalidad (algunos o muchos de ellos heredados) y las características del entorno (que en gran parte, compartimos con la familia). La familia es el centro de nuestro mundo. Y ya que empecé con definiciones: ¿Qué es familia? Probablemente debí iniciar con esta interrogante, pero asumí que estaba claro, porque es parte de la vivencia que los seres humanos, e incluso los animales, tienen. Sin embargo, la familia puede ser mamá, papá, hermanos; o esposos e hijos, o extenderse hasta los abuelos o cualquier variante. En cualquier caso, la familia marca, la familia influye y, en algunos casos, determina.
                En tiempos turbulentos, como los que vivimos, la familia debería ser un recurso, un medio para lograr la resiliencia. Sin embargo, pocos han sido los estudios que la han enfocado desde esta perspectiva. Este hecho está relacionado con dos circunstancias: (a) la orientación clínica tradicional que estudia las influencias familiares ha destacado las deficiencias; y (b) las investigaciones sobre resiliencia se han centrado en los hijos de individuos muy perturbados, de modo que las relaciones sustitutivas (externas) han sido consideradas las que contrarrestan las influencias nocivas de la familia (Walsh, 2004). Esto, desde mi punto de vista, refleja un problema más general que está presente en la Psicología como disciplina científica. Desde la Segunda Guerra Mundial (o quizás desde antes), los psicólogos se han dedicado a la patología y al sufrimiento (Vera-Poseck, 2006). No obstante, en mi corta experiencia dentro de la Psicología, entiendo que es una manera de pensar que está cambiando. Las crisis (dentro y fuera de la familia) dan la oportunidad de redefinir la vida y pueden ser recordadas como momentos de crecimiento. Muchas de estas crisis ocurren dentro de las familias, unidades funcionales en las que tienen lugar procesos de diversos tipos, entre los que cabe destacar la adaptación y la superación (Walsh, 2004).
                Cuando leí esa definición de familia como unidad funcional (Walsh, 2004), me pareció incorrecta, pero pensando detenidamente, es verdad. La familia es una unidad funcional, porque incluso los amigos pueden cumplir las funciones y roles de ésta. La “contraparte” de Precious es “Un Sueño Posible”, una película que muestra cómo una persona puede amar a otra sin tener un vínculo de sangre. Una mujer adopta a un joven como hijo, le brinda apoyo incondicional y lo conduce al éxito como deportista. No se puede decir que esta mujer tenía deseos intrapsíquicos de dotar de eros a los objetos de la realidad (o algo similar que pudiera decir un psicólogo psicodinámico), pues ella tenía dos hijos y un esposo a quienes podía llenar de amor. Las relaciones son dinámicas y, muchas veces, lo que sucede en ellas no puede ser explicado a través de las teorías tradicionales.
                La familia se transforma con cada experiencia. Una persona que decide asistir a psicoterapia y empieza a evidenciar cambios, probablemente dará pie a que todo el sistema se conmocione, pues la familia se retroalimenta. Por eso es que me gusta tanto cuando la profesora Emma Mejía dice que los psicólogos no van a sanar a las personas, sino a sus relaciones (Llorens, 2008). No tengo la experiencia suficiente para hablar con propiedad, pero los pacientes que he tenido me han llevado a pensar que sin relaciones interpersonales, los psicólogos no tendrían razón de ser, o se dedicarían a algo distinto, porque los problemas implican, al menos, dos partes. Las relaciones, en todos sus ámbitos, implican cuestionamientos y modificaciones en la estructura individual. Cuando un psicólogo escucha la historia de un paciente tiene que saber que sólo está conociendo una parte de la realidad, como un maestro que sólo escucha la versión de un niño del salón, aunque todo el grupo estuvo involucrado en la pelea. Por eso, la terapia familiar no debería ser una elección para los clínicos, sino la modalidad de terapia por excelencia, porque en la interacción es donde surgen los problemas y en donde se solucionan.
                Esto no exime al psicólogo de transmitir empatía, comprensión y contención a quien atiende. La terapia ofrece un espacio para ensayar conductas, y para ello no es necesario que todos los miembros que componen a la familia se encuentren en el consultorio. Es innegable que detrás de cada ser humano hay una familia que ha depositado en él una parte de lo que resultó ser el producto final, pero no definitivo. Creo que incluso en las personas que, aparentemente, son más crueles, como la madre de Precious en la película, hay una historia de sufrimiento y que, en parte, explica su conducta destructiva. Quizás, entre los objetivos de la psicoterapia deba estar concebido evitar que las personas repitan las historias pasadas en sus actuales vínculos. Un objetivo ambicioso, pero que seguramente generaría bienestar en quien lo logre.
                Como dije en un algún momento previo de este ensayo, las personas nos proyectamos en todo lo que hacemos, incluso en los temas que elegimos para desarrollar en un trabajo. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, dicen por ahí. Entonces, me parece oportuno explicar, en las mil palabras que me quedan, por qué decidí hablar de terapia familiar. Definitivamente, porque la familia que tengo significa mucho para mí, tanto para bien como para mal.
                A medida que la carrera de Psicología ha ganado espacio en mi vida, yo he empezado a ser más consciente de la importancia e influencia de mi familia en lo que me he convertido. Entiendo que es normal pasar por un proceso de idealización de los padres y de las personas más significativas. Si el patrón es sano, el idilio conducirá a una visión más realista de las personas con las que convivimos. Yo fui muy lenta en estos procesos que, aparentemente, son naturales. Hoy en día, me cuesta asumir los errores de mis familiares y de otros, pero especialmente los míos. Cuando descubrí esto, empecé a creer en Freud. Lo que hago hoy se lo debo a lo que hicieron e hice conmigo en el pasado, específicamente en la infancia. Lo que más rechazo de mí es lo que rechazo de los otros, consciente o inconscientemente. Todo esto tiene una relación intrínseca con la Psicología y, en parte, lo que yo estaba buscando cuando decidí estudiar esta carrera era responder a la pregunta de por qué la gente se comporta como se comporta y esos cuestionamientos empezaron observando a mi familia.
                En muchas ocasiones, me he sentido profundamente agradecida por la familia que tengo, porque, aún con sus defectos y fracasos, su intención nunca ha sido destruirme ni hacerme daño, sino todo lo contrario. Entonces, el agradecimiento se convierte en confusión, porque caigo en cuenta que el problema de la familia es el problema que muchos atraviesan de un modo individual: Tenemos la capacidad de hacer daño a quienes más queremos, aunque lo que subyace a nuestras acciones ni siquiera se parece a una mala intención. No es nada nuevo lo que estoy diciendo, pero los invito a aplicarlo a la familia, a la que solemos atribuir muchos males. No creo que ningún padre o madre, en su sano juicio, quiera hacer daño a su hijo, ni un hermano o hermana mentalmente sana creo que quiera perturbar a otro. Los motivos pueden ser desconocidos, pero no inexistentes. Cada acción tiene un desencadenante.
                El mundo se mueve y nos mueve. El mundo puede ser la familia, los estudios, el país, internet o uno mismo, depende del lente a través del que vemos. No se puede negar que la familia, presente o no, buena o mala, simple o compleja, es parte fundamental de la vida y de lo que hacemos con ella. Los valores fundamentales se enraízan en la vivencia familiar, pues lo que pasa en la familia, pasa en la vida. Esa idea de intercambio que ofrece la familia es lo que se vive en otros contextos: Hoy eres hija, mañana puedes ser madre; hoy eres sobrino, mañana puedes ser tío. De ahí que la familia fomente la empatía, la comprensión, la integración y el aprendizaje a través de la observación.
                Creo que todo lo anterior lleva a una conclusión muy sencilla: Los psicólogos deben focalizarse más en la familia, porque es un espacio ideal para la prevención de muchos males que hoy en día se hacen muy evidentes en la sociedad. Desde la delincuencia, pasando por las adicciones hasta los duelos mal elaborados. Todo tiene que ver con la familia y con nuestra relación con ese conjunto de personas, con las transformaciones que generamos a partir de la vinculación con el exterior y también con los períodos de estabilidad que, de vez en cuando, están presentes.
                La familia es la base de la reciprocidad, es lo que queremos y no queremos ser, pero lo que al final terminamos incorporando como propio, con sus ajustes y desajustes. La familia es la representación del universo que nos rodea, un mundo de contrastes en el que el bien y el mal se combinan, se cambian y hasta se confunden. La familia no es una, sino muchas: Para mí, es lo que tradicionalmente se conoce como tal (la gente con la que vivo y con los que no vivo, pero a los que me vinculo por el apellido y la consanguinidad), mis compañeros de clase, la Escuela de Psicología de la Católica, los ucabistas en general, los amigos del colegio, los amigos virtuales y todas aquellas personas que me han hecho pensar en la importancia de la experiencia familiar, porque me han ayudado a crecer y a cambiar.
                Ante la cercanía de la graduación, imagino el momento del acto y la felicidad asociada por los logros alcanzados, los cuales les debo a mi familia, quienes me han acompañado en este largo viaje de aprender a ser psicóloga y a quienes me toca retribuirles por toda la paciencia, el apoyo y consideración. La familia inspira emociones muy diversas y hasta contradictorias, porque nos permite ser auténticos, aunque no dejamos al descubierto todo. El trabajo del psicólogo es con el individuo inmerso en la familia y fuera de ella, es consigo mismo como ser de familia, como formador de futuras generaciones y como actor de la realidad presente.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Llorens, M. (2008). Conversación con Emma Mejía. Revista Venezolana de Psicología Clínica Comunitaria, 7, 91-118.
Nanot, A. (1968). La grafología, espejo de la personalidad. Barcelona: Gassó Hnos.
Vera-Poseck, B. (2006). Psicología positiva: Una nueva forma de entender la Psicología. Papeles del Psicólogo, 27(1), 3-8.
Walsch, F. (2004). Resiliencia familiar. Estrategias para su fortalecimiento. Buenos Aires: Amorrortu.



Invierte en ti

Parte de la vida se rige por la incertidumbre, por el no saber qué hacer. Algunas de las preguntas que en algún momento nos hacemos son quién soy, a dónde voy, qué quiero ser. Decidir nunca es fácil, pero es un continuo en la vida. Ante un entorno en constante cambio,  es fundamental fortalecer el yo interior para hacer frente a las exigencias del medio. Aun cuando crees no tener nadie a quien recurrir, siempre estás tú mismo.
La mejor inversión que puede hacer cualquier persona es en sí misma, aunque esto puede ser interpretado como hacer lo que sea por complacerte, en realidad se trata de ver lo que necesitas en un momento particular e intentar cubrir la necesidad sin afectar a otros individuos. Una tarea complicada, para la que puede ser necesario buscar ayuda: Un psicólogo, por ejemplo.
Un psicólogo es un científico con el puedes hablar de temas difíciles, asuntos que tienes pendientes, para los que no tienes solución, pero que quieres resolver. El psicólogo no da consejos, no va a dar soluciones, te acompaña en la búsqueda que tú haces para encontrar la respuesta. Nunca saldrás de una consulta psicológica con la sensación de cero incertidumbre, es posible que incluso aumente la necesidad de una respuesta, pero los absolutos no favorecen la reflexión y la posibilidad de volver sobre tus propios pasos y cambiar de camino, si fuera necesario. Por eso, si te decides a visitar al psicólogo, por tu beneficio personal no esperes una verdad única e infalible, espera un abanico de posibilidades a las que puedes optar, porque eres un ser humano multifacético y con mucho que descubrir sobre ti y los que te rodean. 

Sobre el tema de discapacidad


Las limitaciones son múltiples. Las físicas, las más evidentes, pero no las más importantes. Los seres humanos exageramos lo que tenemos y lo que no tenemos. Aquellos que conocen sus limitaciones tienen la ventaja de buscar alternativas. Entre conocerse y controlarse, la primera opción abre más caminos. El mundo cambia porque nosotros cambiamos, y si no lo hacemos estamos condenados a repetir patrones que pueden haber sido útiles en algún momento, pero no siempre lo serán. Todos los seres humanos estamos limitados por el simple hecho de que sin haber conocido la vida en su totalidad, la muerte nos alcanza a pesar de los esfuerzos realizados. Esto no quiere decir que la vida no tiene sentido, al contrario, todo tiene sentido en la medida que tengamos objetivos.
Podemos pertenecer a muchos grupos y asumir los roles que nos asignan y nos asignamos, pero sólo cuando vemos desde afuera podemos estar seguros de que estamos en el lugar que queremos.  La vida tiene muchas rutas, una de ellas es la del cambio. Sin esta posibilidad ser psicólogo no tendría sentido. Sin embargo, hay cosas que no cambian: La discapacidad es una de ellas. Paradójicamente, la discapacidad cambia vidas y transforma entornos, lo que muchos aspiran.
Ante lo desconocido sentimos miedo, pero cada cambio es un desconocimiento y una oportunidad. Tener limitaciones sólo es una desventaja cuando no somos conscientes de ellas. Cada día plantea limitaciones a los sueños y a las pasiones. La vida no es más fácil por tener los mejores recursos, sino por hacer el mejor manejo de los mismos. Estar vivos es estar obligados a jugar, aun cuando las probabilidades estén en contra, de lo contrario la vida sería tan vacía que se haría pesada. Todos somos discapacitados en alguna medida, porque la vida nos reta y nos enfrenta a situaciones difíciles.
Es difícil reconocer que la diferencia nos da miedo y eso ya nos hace discapacitados, pero todos somos diferentes. Si no partimos de ahí como psicólogos, la incertidumbre que caracteriza a nuestra disciplina nos superará. Han escuchado los testimonios de cuatro personas, conocieron los puntos de vista sobre la discapacidad dentro y fuera de la Escuela, ahora los invitamos a que asuman su postura y entiendan que el tema de este trabajo es un asunto que está en nosotros y que nos pide ser desarrollado. No hace falta que seas un experto, sólo es necesario que actúes en donde estás y en lo que hagas. El mundo no se hizo para discapacitados, pero aquí estamos nosotros: Unos discapacitados. ¿Cuál es tu discapacidad? Descúbrela y supérala, sólo para encontrar una nueva y seguir adelante.