martes, 22 de febrero de 2011

Mundos paralelos

Las personas buscan el trabajo que encaja con sus características de personalidad. Al menos, así lo vivo yo. La mayor parte de la semana estoy en la universidad, donde doy clases y trabajo en un centro de investigación. Cualquier persona pensaría que estoy rodeada de hormonas adolescentes, pero no es (tan) así. Al principio, pensé que los estudiantes estaban tan estresados por los asuntos académicos que la sexualidad no tenía presencia alguna en sus interacciones en el salón de clases, donde yo los veo. Entonces me plantee que podría ser una proyección de mi propia vivencia de la sexualidad dentro de la universidad, y al observarlos detenidamente me di cuenta de la verdad: en la universidad todo está “sexualizado”. Y aunque la aclaratoria parezca ridícula, la haré: “sexualizado”, en el sentido de sexualidad y no de sexo. Eso suena casi como decir “sexualizado en el buen sentido, no en el mal sentido.” Típica frase para comenzar a hablar del tema.
El resto de la semana estoy en un hospital en el que trabajo con niños y adolescentes que padecen cáncer. Estos niños y adolescentes tienen las mismas preocupaciones, inquietudes y sentimientos acerca de todo, no solo sobre la sexualidad sino de todo lo que caracteriza a un niño o adolescente sin cáncer, pero ellos focalizan todas sus energías en sobrevivir con el peso adicional de compararse constantemente con sus amigos, quienes tienen parejas, tienen experiencias sexuales y/o están descubriendo su cuerpo. Un cuerpo sano y que les brinda seguridad dentro de la inseguridad propia de un territorio en exploración. Los niños y adolescentes con cáncer con los que he trabajado eran personas que tenían experiencias como las de cualquier otro hasta que descubrieron que tenían dicha enfermedad, la cual no se esperaban encontrar en sus vidas. Si tenían pareja decidieron separarse para no “cargar” a otro con sus problemas, si tenían planes los guardaron y si tenían sueños despertaron para vivir con la intensidad que cualquier tratamiento demanda.
En la universidad, aún bajo mucho estrés, los jóvenes están expuestos a la sexualidad porque a ellos les interesa y porque los aspectos académicos no pueden detener el desarrollo sexual. Como tampoco lo pueden hacer las creencias y tabúes de la sociedad. Además, en un ambiente enriquecido como el de la universidad, la información abunda y hace crecer a los que llegaron siendo “niños”. Yo diría que la universidad es un factor protector de muchos males de la sociedad. También puede ser un nicho de desgracias, pero el buen uso de la misma asegura personas integrales y de gran valor.
Por otra parte, los pacientes del hospital están constantemente protegidos por familiares y personal médico. Esto influye en el desarrollo general y, por lo tanto, en el desarrollo sexual de estos jóvenes. El cuerpo no es el lugar seguro que ellos pensaban y su proximidad a la muerte aumenta su omnipotencia y, posiblemente, sus conductas de riesgo. Cuando veo a estos jóvenes pienso en Pablo Neruda y su verso “ámame cuando menos lo merezco ya que es cuando más lo necesito.” La mayoría de ellos no menciona el tema de la sexualidad como algo que les preocupa, pero al abordarlo se hace evidente que se sienten desorientados y hasta disminuidos al respecto, como si ellos no tuvieron derecho a pensar en eso. No reciben educación sexual, pero la necesitan por su aislamiento involuntario del mundo cotidiano. Si las relaciones están para disfrutarlas, la mayoría de ellos no tiene el deseo ni la voluntad de disfrutar las cosas más simples de la vida, como comer, dormir, salir con los amigos y, por supuesto, la sexualidad. Si su cuerpo no es seguro, ¿qué podría serlo? Muchas veces no entienden qué les pasa o no lo quieren entender. Se sienten amarrados a sus familias, pues si alguna vez se visualizan sanos son embargados por una inmensa sensación de agradecimiento hacia quienes estuvieron con ellos. No necesariamente esta sensación será eterna, pero lo que sí perdurará serán las altas dosis de sufrimiento que han experimentado y que les proporciona una fortaleza interna que se manifiesta, paradójicamente, en inseguridad ante las dificultades de la vida, evidentemente menos amenazantes que las ya superadas.
La gente no me cree cuando digo que me desenvuelvo en dos ambientes muy parecidos: la universidad llena de alegría y energía; el hospital con su pujante intento de ser alegre y enérgico. La población en edad y sexo es muy similar, pero sus vivencias son totalmente diferentes, aunque igual de enriquecedoras: en ambos se vive una lucha constante por ser mejores y por estar en mejores espacios. Si bien comparten el contexto socio-histórico, la sexualidad es experimentada de diferente modo, porque los factores personales de cada ambiente crean una dinámica que, de manera recíproca, devuelve a los agentes individuales parte de lo que ellos ofrecen. Así, estar entre jóvenes obliga al descubrimiento de la sexualidad en todo lo que hacemos, pensamos y sentimos. Aún en las situaciones más dramáticas la sexualidad está presente, y sería justo reconocer que se sufre más por la ausencia (negación) de la misma que por su presencia.
Con el riesgo de ser tomada como una “depravada”, asumo la responsabilidad de hacer del mundo que me rodea un lugar más sexuado: lleno de aceptación de lo que somos, sentimos, hacemos y pensamos, con altas dosis de disfrute y respeto. Tarea difícil, pero los espacios que me rodean lo valen.

No hay comentarios:

Publicar un comentario