Yo creo que los factores protectores y de riesgo para una mala comprensión y, por lo tanto, una mala aplicación de la sexualidad pueden ser resumidos en la crianza que los niños y adolescentes reciben en sus lugares más cercanos: hogar y escuela. Empezando por la importancia de formar personas seguras, curiosas, responsables y honestas, lo cual permitiría hacer de la sociedad en la que vivimos un lugar mejor. Pero a esto habría que añadir tantos otros elementos que están en el entorno físico, social, genético, psicológico y una gran cantidad de variables que impactan el desarrollo de las personas.
Quizás por mi formación en Psicología me siento más capacitada para abordar temas individuales y que se relacionen con rasgos de personalidad y recursos cognitivos, pero cuando se trabaja con personas es necesario considerar la interacción de estos elementos con el resto. Por eso, en este trabajo intentaré abordar variables macro que impactan en la vida diaria de todos, pero especialmente en los entornos en los que me desenvuelvo generalmente: universidad privada y hospital público.
El tema de la sexualidad es un asunto que debe estudiarse en función a la cultura y a la sociedad en la que se vive. Por ejemplo, el embarazo precoz. ¿A qué edad tenían los hijos nuestras abuelas o, mejor aún, nuestras bisabuelas? Se casaban a los 14 años y desde ese momento empezaban a procrear. Claro, la esperanza de vida era menor, las mujeres no trabajaban y una serie de factores que han cambiado. Este tema pone de manifiesto la importancia de contextualizar los fenómenos.
Hoy en día, muchos jóvenes tienen a su disposición internet y acceso a redes sociales, lo cual puede ser considerado un factor protector o de riesgo, según el uso que se haga de estos recursos. La familia, los amigos y los maestros hacen la diferencia en este aspecto.
Uno de los factores de riesgo que, desde mi punto de vista, tiene más peso es el nivel socio-económico bajo, lo que generalmente viene asociado a una educación deficiente y a muchas necesidades que perjudican el desarrollo de las personas. Es probable que un joven (masculino o femenino) que viva en Antímano crezca más rápido que una persona de la misma edad que viva en la urbanización Juan Pablo II, porque tendrá que trabajar, tendrá altas probabilidades de relacionarse con “pandillas” e incluso es probable que su esperanza de vida sea menor, por la inseguridad inminente de la zona en la que reside. Y crecer más rápido tiene que ver con muchas experiencias, pero especialmente con sexo y drogas (incluyendo el alcohol). Y, a su vez, sexo tiene que ver con pareja y, posiblemente, varias parejas. Lo más grave de esta variable es que si se piensa en el extremo contrario a nivel socio-económico bajo, no se puede decir que se trata de un factor protector. Los jóvenes con un alto poder adquisitivo, aún teniendo una buena educación, necesidades (básicas y adicionales) cubiertas, no están exentos de dificultades con la sexualidad. Tal como señalan Kirby, Lepore y Ryan (2005), los factores de riesgo no son exclusivos de un grupo de adolescentes con características especiales, como raza, bajos ingresos, zona de residencia u otro rasgo particular.
Como no todo puede ser negativo, el factor protector al que yo apostaría sería la vinculación a algo que genere reconocimiento social, sea esto familia, amigos, educación, deportes, religión, comunidad, o cualquier otra posibilidad que motive a los jóvenes a levantarse en las mañanas y tener algo por lo cual luchar, algo que los arraigue al lugar en el que se encuentran. A veces es sólo el deseo de vivir, como muchos niños y adolescentes en el hospital, que a pesar de la grave situación de salud se aferran a la vida y encuentran esperanza en la más dura prueba; o es el querer graduarse y “ser alguien en la vida”, como en la universidad, en la que los jóvenes se comprometen con una meta profesional.
No se puede evitar que los jóvenes tengan pareja y creo que no debería (ni intentarse). Tampoco debe ocultarse la sexualidad hasta que “el niño esté preparado”. Para un padre, el hijo nunca estará preparado. Más aún si el “niño” está enfermo (como en el hospital) o está estudiando y debe graduarse (como en la universidad). Y, como en el misterioso caso del Niño Jesús, es preferible que el niño se entere de una buena fuente y no que se lo cuente otro niño que sabe lo mismo que él o incluso menos. Yo no estoy de acuerdo en que los padres sean los únicos responsables de brindar información sobre sexo y sexualidad, pero sí deben cumplir una función importante, como lo hacen en otros aspectos de la vida. Los padres son potenciales factores protectores o de riesgo, según la actitud que asuman ante los hijos en este tema específico de la sexualidad. Muchas veces los propios padres no saben sobre este asunto, y es aún más frecuente entre los padres del hospital, quienes creen que sus hijos, que padecen una grave enfermedad, no tienen que saber sobre la sexualidad. En parte, puede que tengan razón, hay muchos asuntos prioritarios y se percibe como si la sexualidad pudiera postergarse. La verdad es que no en todos los casos es así. Y en jóvenes como los del hospital, yo temo mucho más, porque se pueden sentir tan cerca de la muerte que tienen deseos de vivir en corto tiempo lo que existe la posibilidad que nunca conozcan, arriesgando su vida.
Aunque no sólo se trata de intervenir sino de prevenir, tal como señalan Kirby, Lepore y Ryan (2005), valdría la pena reconocer que a veces la misma variable es un factor protector y un factor de riesgo, que para los padres es difícil identificar los peligros en sus propios hijos y que los jóvenes de hoy saben más de lo que parece. Afrontar la realidad sería el primer paso para mejorarla.